Mons. Jesús Alfonso Guerrero, obispo de Machiques (Venezuela)

Mons. Jesús Alfonso Guerrero, obispo de Machiques (Venezuela)

Jesús, ¿Cuéntanos algún detalle sobre tu infancia y juventud?
Nací en el año 1951 en el pueblo de La Pedregosa, ubicado en el Estado Mérida, Andes venezolanos. Mi pueblo pertenecía a la Parroquia de Santiago de la Punta regida en aquel tiempo por los claretianos a la que íbamos en familia a las solemnidades importantes y Primeros Viernes. Soy el quinto de diez hermanos (7  mujeres y 3 varones). Mi papá antes de casarse tenía casa propia pero prefirió vivir en una pequeña loma donde podía hacer siembras. Años después, cuando ya estaba haciendo estudios filosóficos en Bogotá nos fuimos a vivir a la casa original que está en el centro del pueblo, cerca de la Iglesia. Hoy, como diría el cantante español Luis Aguilé mi pueblo ya no es mi pueblo. Mérida, la capital del Estado Mérida, se urbanizó y absorbió los pueblos de los alrededores.

Hoy mi pueblo está lleno de urbanizaciones elegantes y es la zona más apetecida porque es un poco más alto que el centro de la ciudad. Mérida, es ciudad turística y estudiantil. Tenemos picos nevados y el teleférico más alto del mundo.

Mi infancia fue la de todo niño campesino: asistir a la escuela que quedaba lejos, colaborar en los trabajos del hogar, jugar (metras, trompo, policía y ladrón), ir a la Iglesia y hacer alguna travesura. El párroco claretiano que me bautizó se llamaba Francisco Adern, alias “Panchito”. Para mí fue un modelo de existencia. A él primero le ayude como monaguillo y, ya en el seminario, le hacía de organista. Por cierto, me pagaba alguna cosa.


Hasta que llega la vocación... y ¿Cómo comienzas en la Orden Capuchina?
Una señora española, amiga de la familia, llamada María Dolores Bloen hizo de puente con el Seminario Seráfico al que entré a los 10 años. Era el año 1961. Estaba terminando mi primaria. Me recibió el P. Avelino de Cedillo que lo estaban cambiando para Caracas. Mi primer rector fue el P. Leonardo Redondo y el segundo el P. Constantino de Casasola. En el seminario me encargaron de la música y de una pequeña tienda de artículos escolares aunque lo que yo quería ser era bibliotecario. Como el seminario estaba junto a la parroquia participábamos en las misas solemnes. También nos ilusionaban los paseos de los jueves a la zona de El Arenal donde nos atiborrábamos de naranjas y de melcocha en algún trapiche. Allí también pasábamos vacaciones. Mis profesores fueron frailes pero cuando se abrió el seminario al externado (así nació el célebre Colegio Seráfico) llegaron los profesores seglares. Teníamos clase todo el día y algunos días también en la noche (traducción del griego). La vida espiritual era intensa: eucaristía, visita al santísimo, rosario, lectura espiritual. Salíamos a la familia una vez al mes. Jugábamos volley ball y basket todos los días después de almuerzo. También Fútbol pero en la casa de campo que después se usó también como casa de Cursillos de Cristiandad en los tiempos de su apogeo y finalmente como colegio (Jardín Franciscano). Tuve compañeros indígenas yuckpa que se retiraron. Eran muy buenos nadadores. Alguno (José Opikuko) se graduó de Educador en la Universidad de los Andes.
 
Terminado el Seminario Menor en 1967 fuimos enviados por los superiores a Bogotá tres venezolanos. Bogotá es llamada la Atenas suramericana por el gran número de universidades que tiene. Se quería formar el colegio latinoamericano San Lorenzo de Brindis.  Allí nos juntamos de diversos países. Vivíamos en La Caro y estudiábamos con los franciscanos menores y otros religiosos en la Universidad San Buenaventura. En 1968 Paulo VI visitó Colombia e Inauguro la Conferencia General del Episcopado latinoamericano que hizo mucha historia en América Latina porque propulsó la opción por los pobres y el compromiso político en nombre de la fe cristiana.
 
Por diversas razones no hice el noviciado sino hasta después de tercero de teología. Mi maestro fue Carmelo Santos. Mientras cumplía el tiempo de profesión temporal estuve unos meses en Barquisimeto donde me inicie en la pastoral y casi tres años en La Guajira con el P. Adrián Setién que en paz descanse donde descubrí el maravilloso mundo indígena. En Guana el año 1977profesé solemnemente el 15 de agosto y me ordenó Mons. Miguel Aurrecoechea de diácono el 4 de octubre. El 10 de diciembre de ese mismo año recibí la ordenación sacerdotal  de manos de Mons. Miguel Aurrecoechea.
 
En 1970 comienzo a hacer equipo de formación con Carlos Bazarra primero y Jesús de la Torre y Adrián Setién después. Durante este tiempo me gradué de Licenciado en Filosofía en la Universidad Central de Venezuela. Estuve dos años de vicario parroquial en Belén en Mérida(1982-1984) , estudié Teología Dogmática en Roma(1984-1986), volví a la formación y luego fui enviado como párroco a Belén durante tres años,  retornando a la formación en el año 1994.
 
De ahí al obispado... ¿Cuáles son tus responsabilidades y trabajos?
En noviembre de l995 me comunicaron el nombramiento de obispo del Vicariato del Caroní. Mi consagración fue el 20 de enero de l996 y el 27 de ese mismo mes tomé posesión. Sucedí a Mons. Santiago Pérez que había muerto año y medio antes por cáncer en el páncreas. En ese largo período de 15 años se fortaleció el  trabajo con un Proyecto Pastoral, se fomentaron las microempresas comunitarias, se apoyó a los estudiantes indígenas universitarios, se promovió la cultura indígena a través de publicaciones y la creación del Centro Digital de Cultura Indígena y trabajo misionero.

Durante 9 años presidí la Comisión Episcopal de Misiones. Estuve muy implicado en la preparación y realización del Congreso Americano Misionero realizado en Maracaibo en noviembre del 2014.

Durante seis años fui Delegado de la Conferencia Episcopal venezolana ante la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM).
En febrero de 2011 se me comunicó mi nombramiento como obispo de la nueva Diócesis de Machiques. Tome posesión de la nueva diócesis de Machiques 18 de junio de 2011. Hemos tratado de aplicar el proyecto Pastoral que quiere construir una Iglesia en comunión y misionera construyendo pequeñas comunidades alrededor de la Palabra de Dios. En Pastoral Indígena no hemos avanzado mucho por diversos motivos. Tenemos en mente la organización de los Animadores de la Palabra de las Comunidades y la creación de un Centro Digital de Cultura Indígena. Le gente de los cuatro municipios que componen la Diócesis es muy creyente y está siempre disponible para cualquier propuesta.
 
Al obispo le toca ser animador, coordinador, planificador, evaluador, innovador.... Uno se siente insatisfecho porque las cosas no salen como se quisiera. Habrá que, como Francisco en el Monte Alvernia, recordar que es el Espíritu de Jesús quien conduce la Iglesia.

En los últimos seis años he presidido la Comisión episcopal de Biblia y Catequesis. A nivel de Biblia, desde el Departamento, se ha promovido sobre todo la Animación Bíblica de la Pastoral. A nivel de Catequesis se ha reforzado en gran parte de las Diócesis la catequesis de Itinerarios de Iniciación cristiana de adultos, jóvenes y niños. 


 
¿Qué problemas y necesidades hay en tu Diócesis?
Se trata de una frontera con un hervidero de problemas: indocumentados, refugiados, guerrilla, paramilitares, narcotráfico, xenofobia, mentalidad colonialista ante los indígenas, muertes por encargo, contrabando, contraste opulencia-miseria, inseguridad. Positivamente la gente es bondadosa, trabajadora y creyente. Los Hermanos Menores Capuchinos evangelizaron a fondo. Hay mucha presencia de colombianos y de hijos de colombianos que se han establecido. Las relaciones con los colombianos son aceptables. Las relaciones con los indígenas son difíciles porque ellos son diferentes y porque el reclamo de su derecho a la tierra no es comprendido ni bien manejado por el gobierno. El gobierno chavista ha entregado muchas haciendas a los indígenas. 
 
¿Qué opinión te merece  la situación actual de Venezuela y qué riesgos corre la población?
La situación venezolana es compleja. Tiene relación con los gobiernos anteriores que no respondieron a las demandas populares y con el carácter poco democrático del gobierno revolucionario el cual culpa a la oposición y a Estados Unidos de la grave crisis social, política y económica que se sufre. Los alimentos y las medicinas se encuentran solo a veces. El gobierno descuidó la economía y administró mal los recursos y no ha implementado políticas económicas acertadas. El gobierno no asume la responsabilidad en las causas que generaron el desastre que vivimos. Tampoco facilita salidas. Estamos como atrapados y sin salidas a corto plazo. Esto crea angustia y desánimo en la gente lo cual podría conducir a una explosión social o a una guerra civil. Se habla de diálogo pero no se dialoga y no se cumplen los acuerdos.
 
El pueblo sufre las consecuencias: inflación de 700%, carencia de alimentos y medicinas, condicionamiento político por parte del gobierno, persecución de la disidencia, un cierto temor a reaccionar, desnutrición infantil, hospitales a medio funcionar.
 
¿Qué mensaje están dando los obispos al pueblo y a la comunidad internacional?
Nuestro mensaje al pueblo venezolano es un llamado a la esperanza, al re-encuentro, a la reconciliación,  a la solidaridad y al reforzamiento de la fe en el Dios que hace posible lo que parece imposible. Insistimos en resistir la tentación de la violencia y en la búsqueda de salidas pacíficas y democráticas. La Constitución prevé diversas alternativas pero el gobierno se ha cerrado a ellas: referéndum revocatorio, elecciones generales anticipadas.
 
A la comunidad internacional se le pide sobre todo una mayor solidaridad y acciones más concretas que obliguen al gobierno a la búsqueda de ayuda humanitaria, a la liberación de presos políticos, a la salida electoral, al reconocimiento a la Asamblea Nacional elegida democráticamente. De hecho algunos países lo están haciendo.
 
¿Qué diría a los lectores y a los amigos de la Orden?
Creo que es básico tener información de primera mano sobre la situación venezolana, fundamentalmente sobre la crisis económica y el debilitamiento de la democracia. Hay que orar mucho para los venezolanos seamos capaces, colectivamente, de buscar soluciones a nuestros problemas. Muchos venezolanos, especialmente jóvenes, se están marchando al exterior. Todos ellos necesitan acogida y apoyo solidario. Y, en la medida de lo posible, hacer llegar alguna colaboración económica a través de los Hermanos Menores Capuchinos. Aquí la inflación galopa y hay que tener mucho dinero para organizar actividades y comprar las cosas. Los alimentos y medicinas vienen de países vecinos (Colombia, Brasil, Aruba) a precios supersónicos.
En los buenos tiempos Venezuela ayudó a muchos países. Es la hora de apoyar a Venezuela.
 
Cuéntanos alguna anécdota interesante sobre algunos feligreses.
Cuando inicie mi obispado aquí en Machiques me tocó mediar entre indígenas armados que ocupaban una hacienda y hacendados que los querían sacar también armados. Conversé con los indígenas y no querían mediación. Conversé con los hacendados y estaban abiertos a la negociación. Hubo enfrentamiento a tiros con cuatro heridos de una parte y cuatro de otra. Al final intervino el gobierno prometiendo indemnización y se logró resolver el problema. Hubo varios años de mucha tensión: el gobierno expropiaba haciendas y las entregaba a los indígenas, los propietarios de la hacienda y su familia no querían salir, los indígenas querían entrar a tomar posesión, el gobierno no pagaba la indemnización. 
 
A nivel de alimentación hay miles de casos pero el más notorio es el del internado indígena: hay 120 niños y niñas internas que necesitan alimentarse. Llega alimento del Ministerio de Educación pero no siempre, llega algo de la gobernación pero no siempre. El P. Nelson, Director de la Misión, tiene que dar carreras para asegurar las tres comidas diarias de cada niño.
 
Que Dios bendiga a productores y lectores de esta revista.
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