Jesús Antonio de la Torre

Jesús Antonio de la Torre

¿Quién es Jesús Antonio de la Torre?

Nací en pueblo de la provincia de Valladolid, de nombre “Fompedraza”, hace 58 años. Mis padres vivían del campo, destinando un tiempo a las tierras propias y otras de jornaleros. Mi madre, como casi todas las madres de aquel entonces, estaba dedicada a las tareas de la casa y a cuidar de los cinco hijos que tuvieron.

Los primeros estudios los hice en la escuela del pueblo, hasta la edad de 11 años. En 1970 (1° de octubre) fui a estudiar el bachillerato al Seminario Seráfico que los Capuchinos de Castilla tenían en el Cristo de El Pardo. Allí realicé los seis años de bachillerato y tuve la suerte de conocer a frailes y profesores como Lorenzo Andrés, Basilio Chinarro, Carlos Bazarra, Jesús Castañón, Gregorio Blanco, quienes potenciaron en mí el sentido de solidaridad y de acción social, y a María Teresa, excelente profesora de química. Unos 7 u 8 seminaristas decidimos seguir los estudios de ciencias, y no de humanidades como era lo habitual, con lo que nuestras clases las recibíamos con los alumnos externos. Esta modalidad se había abierto recientemente en el Seminario. Al año siguiente, preuniversitario, entro al Postulantado Capuchino (año de iniciación y de conocimiento de la persona de San Francisco). En ese año tuve la suerte de encontrarme con el Hno. Inocencio Egido que al menos a mí me entusiasmó con la figura de San Francisco y sus primeros pasos como seguidor apasionado de Jesucristo pobre y crucificado. Éramos un grupo de unos 11 postulantes.

¿Qué vino tras el postulantado?

En setiembre de 1977 voy, junto con los compañeros, a Montehano (Santander) para iniciar mi Noviciado. Un año donde tuve como maestro de noviciado al Hno. Guillermo Sierra, y de vicemaestro al Hno. Domingo Montero. Fue un noviciado atípico porque nos tocó cerrar, o mejor dicho, quitar lo que era aprovechable del viejo convento (como cristales… ¡qué frío pasamos ese otoño e invierno!) e irnos a concluirlo a una casa que nos prestaron en el pueblo de Escalante. Fue un año de ir y venir al viejo Convento –que se iniciaban las obras de la nueva edificación- para lavar la ropa, cultivar el huerto. Pero sobre todo fueron meses para orar y meditar. Poco tiempo antes de concluir el año canónico me enviaron, junto con otro connovicio, a realizar una experiencia de fraternidad en el convento de La Coruña. Fueron un par de semanas gratas, con unos hermanos simpáticos y acogedores, entre ellos el Hno. Felipe Tejerina. Profesamos temporalmente, si mal no recuerdo, siete novicios un 3 de setiembre de 1978, día en que tomaba posesión de la Cátedra de San Pedro, el Papa alegre, Juan Pablo I, de feliz memoria.

De ahí, cinco de los que queríamos realizar estudios de Filosofía y Teología, fuimos enviados a Salamanca. Años muy intensos en todos los sentidos. Estudios exigentes y que iban cuestionando muchos postulados religiosos. Años de crisis de fe y de noche oscura, como San Juan de la Cruz. Pero Dios tiene sus tiempos y en muchos momentos a solas con Él cautivó mi corazón y yo me enamoré de Él (y en ello sigo). Así realicé la profesión perpetua un 22 de mayo de 1983. La hice solo porque los otros compañeros que habían iniciado los estudios conmigo abandonaron la Orden años antes.

¿Cuál fue tu andadura en los primeros años de Capuchino?

La semilla franciscana sembrada en mi corazón, sobre todo fruto de la oración, y de la lectura asidua de los escritos de San Francisco, hizo que se potenciaran en mi vida el sentido de la fraternidad y el de la minoridad. Tenía claro mi quehacer entre gente humilde y excluida. Por eso en España, en realidad no tuve destino nunca, ya que incluso antes de terminar los estudios universitarios (junio de 1983) el Provincial, Hno. Fidencio González, me ofreció ir a Venezuela a formar fraternidad y a trabajar en la formación de las vocaciones nativas, junto con el Hno. Carlos Bazarra (que conocía del Seminario de El Pardo, y con el que me unía una gran amistad, confianza e ideales) y Adrián Setién. Y a ese país caribeño llegué el 21 de octubre de 1983, y a  los tres días fallecía en accidente de helicóptero (por falta de gasolina) el emblemático misionero Pacífico de Pobladura.

Háblanos de tu misión en Venezuela… ¿Qué hacías por allí? ¿Qué destinos dentro del país?

Lo primero que descubres al ir a otro lado, en este caso otro país, diferente y lejano, es que más que evangelizar eres tú el evangelizado. Para mí, desde mi llegada y hasta mi salida de este querido país, la presencia allí ha sido una gracia de Dios en muchos sentidos. Me ayudó a afianzar mi fe en Jesús y en su mensaje. Me permitió estar cerca de los desfavorecidos. Me encontré con hermanos acogedores y que me apoyaron en muchas de mis iniciativas, comenzando por los responsables de la Viceprovincia, como el Hno. Sandalio Ramasco. Esos trece años trabajando en la formación fueron muy enriquecedores también intelectualmente, pues los formadores Setién, Guerrero, un servidor, y más tarde Jesús García (Cañico) formamos un equipo de reflexión que se mantuvo por varios años. También contábamos con la pluma acertada de Carlos Bazarra. Comencé a escribir artículos, y a dirigir la revista de pastoral de los Capuchinos, “Nuevo Mundo”, y más tarde, “Venezuela Misionera”. Esa vena escritora me llevó después a escribir varios libros, y en la actualidad estoy en un breve receso, pues tengo entre manos algunas investigaciones históricas con intención de ponerlas por escrito.

De esos trece años en la formación, ocho los compaginé dando clases en el Instituto de Teología para Religiosos (ITER), en Caracas; e igualmente clases en el CER (Centro para Formación de Religiosas). Tiempo para compartir con otros profesores de renombre, como Carlos Bazarra o Pedro Trigo. Estuve en ese tiempo acompañando a Carlos Bazarra, que estaba al frente de los teólogos, en la casa de la Pastora; y al Noviciado, dirigido por Adrián Setién, en la misma casa. Más tarde asumí solo a los filósofos. Años que a nivel de Viceprovincia también me colocaron la responsabilidad de la pastoral vocacional, y colaborador de la Jufra con el Hno. Valentín Martín. Pastoralmente inicié mi trabajo en el barrio humilde de Las Torres, y más tarde heredé el quehacer pastoral que dejó el Hno. Alfonso Guerrero, en el barrio de Blandín (barrió pobre vía hacia el aeropuerto). En los dos últimos años en la ciudad capital también me involucré en el trabajo con los niños de la calle. Experiencia ésta que me apasionó y me marcó, al ver a esos niños que desde los 4 ó 5 años están al desamparo total de padres e instituciones y que dependen, para sobrevivir, sólo de ellos mismos (salvo excepciones que encuentran algún aliado o mano amiga).

Estaba ya demasiado hiperactivo en la ciudad, y en 1996, que hubo Capítulo (reunión de los frailes y de cambios de lugar) fui destinado a Tucupita. Allí estuve tres años al frente de una parroquia con muchas comunidades cristianas. Fue una pastoral intensa en un lugar pobre y con bastante presencia indígena warao.

La crisis de los 40… y otras cosas, hicieron que en 1999 decidiera tomarme un año de revisión e intensa oración. Al año siguiente decidí abandonar la Orden Capuchina, pero sin olvidar la espiritualidad y los valores que habían marcado mi vida y mis decisiones como cristiano y capuchino. Estuve desde 2000 a 2003 en la ciudad de Maturín trabajando con el obispo del lugar, Mons. Diego Padrón, actualmente Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, en un proyecto comunicacional al frente de un periódico de iglesia como medio de evangelización para los alejados del templo. Mucho le tengo que agradecer a este hermano y obispo en esos momentos muy difíciles para mí.

Yo seguía con la inquietud de un proyecto a tiempo completo entre los pobres, y especialmente entre los indígenas, a los que tuve acceso desde que llegué a Venezuela. El primer impacto, el primer enamoramiento hacia esas personas me ocurrió en la navidad de 1983, cuando fui entre los barí a la comunidad de Bokshí. El Hno. Gregorio Alvarez me condujo en medio de esa cultura, y especialmente en medio de esa gente tan sencilla y fraterna. En aquel momento vivían en muchos momentos como los primeros cristianos. Esa entrega hacia los indígenas se mantenía y se mantiene, lo que hizo que en 2003 –previo acuerdo con el obispo del Vicariato del Caroní- me fuera a Santa Elena de Uairén, al sureste de Venezuela. Allí he estado, junto con mi esposa Rita León (con la que me casé en 2003), y tres hijas, hasta octubre de 2016. Así nos constituimos en un matrimonio, o mejor, una familia misionera.

En esos años entre los indígenas pemones, entre 2003 y 2016, llevamos adelante varios proyectos interesantes. Yo estaba encargado de formar a los laicos y a los agentes de pastoral, de modo que en cada comunidad (y en la Gran Sabana no hay menos de 200 comunidades) hubiera uno o varios cristianos que animaran a sus hermanos en la fe, pues la presencia del sacerdote era muy esporádica. No hay que olvidar que a la mayoría de los lugares como mínimo hay que invertir cinco o seis horas para ir en condiciones poco apacibles (por río, y caminando por largos ratos). Y dado que es zona selvática a los lugares más alejados solo se puede ir en avioneta. La presencia del sacerdotes en la mayoría de las comunidades se limita a 2 ó 3 ocasiones en el año. De ahí la importancia de los seglares, como animadores de sus comunidades. Teníamos con estos agentes de pastoral ciclos de formación periódica en la sede del Vicariato, Santa Elena de Uairén, y también en los centros misionales más relevantes.

 

Otro proyecto, en muchos casos casi en paralelo, era la formación de los maestros indígenas y criollos en el área religiosa para que ellos fueran los evangelizadores más adecuados en el salón de su escuela. Esta tarea se vio un tanto opacada los últimos años por la politización de la educación, y los obstáculos que puso el gobierno chavista para ejercer esta tarea.

La preocupación por la cultura pemón siempre estuvo y está presente. Así, se llevó adelante la digitalización de toda la información sobre los indígenas pemones. Artífice principal de ello fue el matrimonio vasco formado por Javier Mendizábal y su esposa Maritere Bengoa. De este modo se preservó, en primer lugar, toda la información contenida en citas electromagnéticas antiguas, y se posibilitó la producción de materiales nuevos –dirigidos especialmente a los maestros-, además de la creación de una página web sobre el mundo cultural pemón. Igualmente abrimos otra página para dar a conocer la tarea de los misioneros en esa joven iglesia desde sus inicios.

¡Qué experiencia tan intensa e interesante! y, ¿Cómo surge volver a España?

A Venezuela la ha destrozado este régimen chavista-madurista, con su corrupción y sus vínculos con el nacotráfico. Es verdad que en los años 80 y 90 no estaba bien este país, y que iba en aumento la pobreza, y la desigualdad social. Una manifestación de ello fue el famoso Caracazo en 1989. Ante ese negro porvenir el pueblo apostó en las elecciones de 1998 por un visionario llamado Hugo Chávez, y nos salió rana. Desde entonces nunca ha habido tanta pobreza, latrocinio y desigualdad. Se han propuesto no producir más bienes, sino más pobres. La gente se muere de hambre. Pero peor que eso es la injusticia y la violencia. Nos vinimos porque la situación de vida resultaba ya precaria y colgaba de un hilo, sin olvidar que varios años antes nos atracaron y dispararon contra nosotros matando a mi cuñada, pero que podíamos haber quedado en el suelo cualquiera de nosotros. Es un regreso forzado por la situación. Ahora nos toca vivir la fe en España y ser misioneros en mi patria, que también tanto se necesita. Hay que entender que estamos en un proyecto de Dios, en sus manos, y que por lo mismo somos sus colaboradores (haciendo la tarea lo mejor posible), y dispuestos a que el Espíritu remueva nuestras seguridades y nuestros planes.

¿Qué trabajo estás preparando en Usera y qué objetivos tendrá?

Tras conversar con el Provincial, el Hno. Benjamín Echevarría, al final llegamos a un acuerdo de poder incardinarme al proyecto con inmigrantes africanos que deseaban iniciar en el Convento de Usera. Me pareció interesante el poder ayudar a estos hermanos que vienen huyendo de situaciones quizás peor que las vividas últimamente en Venezuela, y me vine de la provincia de Valladolid a la capital del país, y concretamente al barrio de Usera para hacerme cargo de este proyecto que dirige SERCADE (Servicio Capuchino para el Desarrollo). Este proyecto está comenzando con diez jóvenes subsaharianos a los que se les ofrece la oportunidad de formarse laboralmente y se les asegura el techo y la comida. Al mismo tiempo, y con ayuda de abogados, se les procura su regularización en el país. Porque sin regularización y formación escaso porvenir tienen en nuestra sociedad europea, en la que han soñado y por la que han apostado la vida (esto no es un eufemismo, sino la cruda realidad, pues todos cuentan varios compañeros fallecidos en el camino hasta llegar aquí).

Al mismo tiempo, junto con el Hno. Domingo Añó, nuevo párroco del Sagrado Corazón, estamos tratando de crear una nueva dinámica comunitaria, desde la identidad capuchina y los parámetros que nos señala el Papa Francisco en su exhortación “La alegría del evangelio”: conversión pastoral, cristianos discípulos misioneros, y una iglesia en salida (buscar a los otros, a los que no vienen al templo…), sin olvidar un verdadero y profundo encuentro con el Señor (fuente de donde nace todo nuestro ser y actuar). Y como dicen los pemones muere rekin”, esto solo que contar.

Gracias Jesús...

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