El Colegio de las mil lenguas

El “San Antonio” acoge 18 nacionalidades y su nota es muy superior a la media regional
En la Educación Primaria todos se preguntan cómo lo hacen. Con alumnos de tres a doce años de 18 nacionalidades (sólo uno es de origen español) y familias con pocos recursos, el colegio San Antonio (Bravo Murillo, 150) tiene todas las papeletas para sufrir en sus carnes el fracaso escolar. Nada más lejos.

El Colegio de las mil lenguas

En este centro concertado de 170 estudiantes (cuyas familias no pagan la aportación voluntaria y reciben ayudas de oenegés para los libros y el comedor), 73 presentan necesidades educativas especiales y en cada aula hay casi tantos niveles como alumnos; pero, al mismo tiempo, los repetidores se cuentan con los dedos de una mano y curso tras curso el colegio supera la nota media de la Comunidad de Madrid, en la prueba de Conocimientos y Destrezas Indispensables (CDI) que se realiza en sexto (algunos años con una diferencia de dos puntos y hasta alcanzar una puntuación máxima de 9,09 sobre 10 en 2013-2014). “De esa prueba se examinan los alumnos ordinarios, no los que reciben una educación compensatoria; aunque si la compensación no funcionara eso perjudicaría al resto de la clase”, puntualiza Luis Peña, director del “San Antonio” desde hace 15 años.

Enseñanza individualizada, respeto y cariño

Como cabe imaginarse, la “fórmula mágica” de este colegio no es sencilla y comprende una gran variedad de elementos. Tiene en su contra el choque cultural (“un camerunés no ha escuchado en su vida los nombres de los ríos europeos”, pone como ejemplo el director); las diferencias lingüísticas de su alumnado (algunos llegan sin saber nada de español); el retraso académico respecto a nuestro sistema educativo (el caso más grave, el de un niño de ocho años que llegó sin saber leer ni escribir); la constante entrada y salida de estudiantes, o una forma más laxa de concebir la educación en algunos países. Aquí están representados, entre otros: República Dominicana, Filipinas, Ecuador, Bangladés, Rumanía, China, Argelia o Perú.

“La tolerancia y el respeto mutuo son básicos en nuestras aulas”, recalca Luis Peña, quien asegura no tener constancia de enfrentamientos o rechazos. “Tratamos a nuestros alumnos con mucho cariño, pero además intentamos conocer la situación de cada uno e involucrar a la familia en la educación de su hijo”, de lo que se encarga el orientador y la trabajadora social.

En el “San Antonio” apenas hay absentismo escolar. Cuando un estudiante falta a clase llaman a su casa y si no hay respuesta, a los dos días envían a un agente tutor al domicilio. Del mismo modo, se organizan actividades de convivencia, en las que cada familia prepara comida típica de su país, como las Jornadas de Interculturalidad, que se celebraron el mes pasado. “Tenemos alumnos de confesiones distintas a la católica, a los que sus madres les animan a que asistan a nuestros actos religiosos, para que se integren con el resto”, comenta este profesor y sacerdote.

La clave de sus éxitos académicos está, además de todo lo anterior, en la enseñanza compensatoria (profesores que atienden de forma individualizada los distintos niveles en una clase y que evitan, dentro de lo posible, que haya repetidores por el trauma que ello conlleva) y la aceptación de la Consejería de Educación de una ratio de 20 alumnos por aula, cuando lo estipulado es entre 25 y 28.

De los “pueri cantores” a la inmigración

Desde su fundación en 1948 como una escolanía de niños cantores, que adquirió un gran renombre (en ella estudió el cantante Raphael), este centro de los franciscanos capuchinos ha ido adaptando su obra social a las necesidades del barrio: “Es una acción social en lo económico, lo educativo y en el carácter de acogida”, explica el actual director.

Dos décadas después de aquellos “pueri cantores”, el ministerio declaró este colegio insertado en el edificio de la parroquia homónima como Patronato de Suburbios, una figura destinada a las zonas más abandonadas. Tras la reforma del sistema educativo de 1975, ya como una escuela de la EGB, el “San Antonio” estuvo a punto de desaparecer, como tantos otros centros, por el descenso de la natalidad que se produjo en los 90.

Fue la llegada de la inmigración a Tetuán lo que salvó el colegio, en el que empezaron a matricularse decenas de niños ecuatorianos, mientras que otros centros eran reacios a recibir alumnos extranjeros. “Fueron momentos difíciles”, recuerda Luis Peña sobre la adaptación al nuevo perfil de alumnado.

El boca a boca hizo que cada vez más recién llegados quisieran inscribir a sus hijos en el “San Antonio”; hasta hoy, cuando recibe multitud de premios y reconocimientos y los chavales siguen estudiando sin tabletas en la vieja torre de la iglesia.
 
Cristina Sánchez (Tetuán 30 días)

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