David contra Goliat: Una historia de supervivencia en las selvas ecuatorianas.


Hay ejemplos históricos, o fábulas, igual da, que suelen repetirse. Por ejemplo el de la animosa lucha del débil frente al poderoso. Precisamente ese modelo de David/Goliat se nos ha grabado en la memoria, porque responde a casos que no son extraños, sino que los podemos comprobar a nuestro alrededor. Siguen dándose. Claro que estos sucedidos actuales no siempre terminan de la misma manera que el caso bíblico.

David contra Goliat: Una historia de supervivencia en las selvas ecuatorianas.

En algunas ciudades de España (Madrid, Zaragoza, Vitoria, Bilbao, Pamplona…) se está explicando en estos días un ejemplo actual de la desigual y pertinaz batalla. Luego, David y los suyos, ese pequeño grupo de osados luchadores, seguirán exponiendo su desigual lucha en otras naciones europeas (Suecia, Alemania, Italia, Holanda…). Pretenden que se conozcan las razones y circunstancias del combate, el por qué de su obstinación, la importancia que, no solo para ellos sino para otra mucha gente de nuestro mundo, tiene la buena resolución de la conflicto.

En este caso David es un grupo de gentes de la selva amazónica. Gentes pobres y maltratadas: indígenas con tradiciones milenarias en esas selvas, pero también campesinos llegados en busca de tierras nuevas para poder sobrevivir a la miseria. Unos y otros se vieron sorprendidos allí, en ese verde mar insondable de la amazonia, por la llegada de un Goliat que iba a desbaratar sus vidas y sus bosques. Ese gigante brutal y deshumanizado se llamó Texaco; ahora cambió su nombre por Chevron, una de las mayores compañías petroleras de nuestro mundo. 
 
En España nos enteramos hace unos años del chapapote de Galicia, un vertido de petróleo en nuestras costas; o del triste naufragio de Exxon Valdes, un carguero que vertió miles de barriles al mar envenenando todo. Pero esas terribles tragedias ecológicas son apenas un bosquejo de lo que este gigante destruyó, durante decenas de años, en la amazonia ecuatoriana. En la explotación petrolera se emplean materiales muy peligrosos para la salud humana y ambiental. Con el crudo surgen del subsuelo millones de barriles de aguas sucias y peligrosas. La empresas están obligadas a cuidar todos esos fluidos, a invertir grandes cantidades de dinero en protección, a reinyectar en el subsuelo… Pero se evitan todos esos gastos si consiguen verter todo en superficie, a los ríos y pantanos. 
 
Así, este perverso gigante envenenó ríos, quebradas y tierras, regó en las selvas miles de hectáreas del veneno de sus aguas corruptas. El impacto en el ambiente y las personas de la zona fue devastador. Lo conocemos muy de cerca porque es el mismo lugar de una misión e capuchinos españoles y ecuatorianos que llevan allí más de 50 años. Las enfermedades de la población, que se bañaba y consumía esas aguas, aumentaron de forma exponencial. Se dispararon, sobre todo, los casos de cáncer. Por no hablar de la masacre ejecutada en la fauna selvática, sobre todo en la acuática. En efecto, era una gigante que exterminaba la vida, pero tan poderoso que nadie se atrevía a combatirlo. El mismo Estado ecuatoriano de entonces hacia la vista gorda, asustado de su poder, o tal vez comprado con sus dólares.
 
Hasta que apareció David. (Continuará)
Miguel Ángel Cabodevilla.
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