Fallo del Iº Concurso de relatos: Los milagros de san Antonio

Con fecha 13 de junio de 2020, el jurado compuesto por los Hermanos Víctor Herrero, Jesús Mª Bezunartea y Miguel - Anxo Pena, han fallado a favor del relato titulado: Muro de silencio de la autora que firma bajo el pseudónimo: Mariposa de Cristal

 

Fallo del Iº Concurso de relatos: Los milagros de san Antonio

El premio está dotado con 500 euros y una pintura del pintor-escultor Antonio Oteiza. A continuación te ofrecemos este relato. Gracias a todos los concursantes a quienes invitamos a participar de nuevo en una próxima convocatoria. 

Muro de Silencio. Por "Mariposa de Cristal"

Fray Antonio se encontraba en la ciudad de Rímini.

Buscó el púlpito, haciéndose eco del vacío del lugar, y se encontró con el olor a madera sin barniz de los bancos, con el humo del incienso quemado alzándose a los rincones más altos del templo de piedra. Los repiques de las campanas recuerdan su llamada a los ciudadanos. La atmósfera era la misma tanto por la mañana como por la tarde. Nadie le dedicaba ni siquiera una mirada a aquel fraile de túnica marrón en forma de cruz y un cinturón de tres nudos del cual pende un rosario de cuentas de madera; no encontraba sosiego. Cargado con su breviario recorría las calles de aquel lugar con cierto desatino continuo entre sus aldeanos. Y en silencio pasó horas. Fue cayendo la noche sin haber probado bocado aquel hombre de ojos grandes, rostro alargado y robusta constitución física, de unos treinta años; que cuando de él brota la palabra de su garganta, es como si la inteligencia y la elocuencia tomaran apariencia humana, con una enseñanza que no dejaba a nadie indiferente. Pero aquella ciudad costera de la región Emilia-Romaña no estaba por la labor de apreciar tal melodía pretenciosa para sus creencias contrarias a la fe católica. Despreciado por el silencio. Ignorado por la necedad y la negligencia de la oposición. El persistía a que le prestasen atención en cualquier momento y lugar. Paseaba cada día por sus calles llenas de niños corriendo, mujeres paseando, hombres reunidos practicando su propia doctrina, explicando las bases del catarismo.

En la plaza mayor el gobernador Máximo se dirigió a fray Antonio:
- No eres digno de pisar el polvo de nuestra tierra.
- ¿Y vos y vuestro pueblo sois dignos de la gracia y misericordia de Dios?
- Márchese y no le haremos daño.
- No comprendo la dureza de vuestro corazón y vuestro desuso de la razón.
- No me hagáis perder más el tiempo con parafernalias y pantomimas y retírese de mi vista.
- El frío bronce de la campana se parece a vuestro corazón incapaz de volverse tibio. – Tiemblo de espanto al ponerme en vuestra piel. El fuego intenta devoraros sin ninguna contemplación.
- Sois muchos los que necesitáis la conversión, y sois incapaces de verlo por vuestro propio medio.

 

(Los peces de san Antonio. Obra del pintor-escultor Antonio Oteiza)


En su corazón las lagrimas no solo mostraban tristeza, sino desánimo.
Caminó durante horas, buscando soledad, su espíritu deseaba que la palabra se alzara. Sus piernas de doblaron ante aquella lisa roca donde se encontraban las sagradas escrituras abiertas. Y leía a Mateo: capítulo doce, versículo del catorce al veintiuno. Aquella tarde su corazón se sentía desconcertado pero las palabras leídas habían sido meditadas en su interior. Se sintió lleno de valor, cubierto de inspiración divina se puso en pie, sus sandalias marrones pisaban con gran determinación. Sus pasos se afianzaban en llegar, la brisa marina lo envolvía con una suave fragancia salada. Y el sonido del agua lo atrae. Y allí donde las olas se encuentran con la fina y porosa arena, allí donde el río parece tener un final, allí se detuvo en el punto medio entre el agua dulce y el agua salada. Las palabras brotaron de su boca y se dirigió expresamente a las criaturas que vivían en las aguas, y a través de ese dual paisaje cristalino.

Los seres que habitaban en el mar Adriático se fueron asomando y sus cabezas salieron del interior del agua; se pusieron en orden y a disposición de él. Fueron apareciendo sin interrupción: bonitos, doradas, lubinas, rapes, peces espada, salmones, sardinas, atunes, rodaballos, rayas, tiburones, delfines, ballenas, meros, salmonetes, besugos, peces tordo, sepias, calamares, gambas, arenques, pulpos, estrellas de mar, cangrejos, al igual que los seres que habitaban en las aguas del río Marequia buscaron quien se dirigía a ellos sin utilizar ningún anzuelo, ni arpón, ni red. Anguilas, barbos, lucios, carpas, percas atruchadas, truchas irisadas, peces piedra, peces gato, sirulos. Allí en fila con los ojos palpitantes y fijos en aquel sacerdote.

Las bocas de los peces se abrían y sus cabezas escamosas se inclinaban. Amigos peces, no vi en mi vida público tan ordenado y que saltara de júbilo al escuchar lo que días atrás ando mordiendo entre mis labios. Dado que los habitantes de esta región han demostrado no ser dignos de la Palabra de Dios, me dirijo a los peces, para más libremente confundir su incredulidad. Como ya sabéis fuisteis una de las primeras criaturas sensitivas y vivas que nuestro creador puso en este mundo. Y os dio la condición de vivir libremente, de crecer y multiplicarse. De alimentarse sin tener que trabajar, os dio la dualidad de las aguas, un ecosistema interno del cual disfrutáis. tenéis la virtud de no ser domesticados por el hombre.

En el antiguo testamento cuando el Arcángel san Rafael acompañaba al joven Tobías, la hiel de uno de vuestra especie fue la cura de la ceguera del anciano Tobías y el corazón noble de aquel pez sirvió para expulsar demonios. Nuestro señor Jesucristo hizo el milagro con dos peces y cinco panes, hizo que se multiplicasen y consiguió alimentar a unas cinco mil personas y aun así se recogieron unos diez cestos con las sobras.

¡Oh peces! solo quiero haceros saber de cuanta alabanza merecéis, pues os bendijo y os cubrió de dones. Con vuestra atención y tranquilidad habéis demostrado ser más civilizados, más respetuosos y devotos que los ingratos que hacen reúso de la verdad. Ya que viven obstinados en el error.

Peces conservar lo sano que tenéis y alejaros del petróleo, la contaminación y de todo aquello que os corrompa. Todos tenéis la misma condición ya seáis pequeños, medianos o grandes. Empezaron a acudir los habitantes al lugar, no daban crédito a semejante multitud de peces jamás vistos con quietud y paz; atentos escuchando el sermón exclusivo para los peces. Y los habitantes y herejes fueron arrodillándose y confesando sus pecados a fray Antonio, convirtiéndose a la fe católica.

  • Compártelo!