Aquí sobre la tierra, vivir es cambiar

Manuel Muñoz
[Reflexión]
Aquí sobre la tierra, vivir es cambiar
Marzo es el mes del tiempo de conversión, la Cuaresma. Es insistente la interpelación que nos llega desde la naturaleza y desde la liturgia de la Iglesia. El título de este artículo es una parte de una reflexión del santo cardenal Henry Newman, una reflexión que hace suya el Papa Francisco: “Aquí sobre la tierra vivir es cambiar, y la perfección es el resultado de muchas transformaciones”. 
 
Francisco se apoyó en esta frase programática en su discurso a la Curia Vaticana del 21 de diciembre de 2019, con ocasión de la tradicional felicitación de Navidad. Precisamente este mes, el día 13, se cumple el aniversario de la elección de Jorge Mario Bergoglio como obispo de Roma y sucesor de Pedro.
 
Si miramos hacia atrás, en nuestra biografía personal, nos daremos cuenta de la verdad de la doble afirmación sobre la vida y el cambio. En las últimas décadas hemos sido testigos y actores, en formas diversas, de esta realidad en nuestra sociedad y en la Iglesia. En el discurso a la Curia Vaticana el Papa ha explicado su enfoque en la reforma de la Curia, que ha venido estudiando con el pequeño grupo de Cardenales (de los cinco continentes) desde el inicio de su pontificado. La reforma será efectiva cuando se publique la constitución apostólica “Praedicate Evangelium”, después de haber recogido las últimas aportaciones de la Curia y de las Conferencias Episcopales. 
 
Como subraya el Papa: “Hay que dejarse interrogar por los desafíos del tiempo, con discernimiento y coraje, en vez de dejarse seducir por la cómoda inercia del dejar todo como está”. Y destaca con fuerza a continuación: “A menudo sucede que se vive el cambio limitándose a ponerse un vestido nuevo, y luego quedarse como se estaba antes”, y cita una expresión de la novela “Il gatopardo”, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa: “Si queremos que todo permanezca como está, todo debe cambiar”.
 
Esto no quiere decir que se tire por la borda todo lo bueno que la misma Curia Romana ha llevado a cabo en su historia. Hay que reconocer y valorar la vitalidad del camino recorrido, construyendo un futuro con bases sólidas, con raíces, para que sea fecundo y fructífero. Se habla de una memoria dinámica, no estática. Y esta reflexión es válida para la Iglesia en general, para las Iglesias locales y para las pequeñas comunidades cristianas. Para alcanzar un buen fin, hemos de atar bien la fuerza interior de los cambios de estructuras. No hay cambio sin más. Para que se dé y se mantenga vivo ha de vincularse a una profunda vida interior de las personas y de las comunidades, a una fuerte unión con Cristo y su Evangelio. La oración personal y comunitaria, que aviva la lectura y la escucha de la Palabra de Dios en la tradición de la Iglesia, sigue siendo el origen y el manantial de una conversión, que viene desde dentro hacia fuera. Y esto nos lleva a superar la tentación de la rigidez, “que proviene del miedo al cambio y termina diseminando el terreno del bien común con estacas y obstáculos, convirtiéndolo en un campo minado de incomunicabilidad y odio. Detrás de cada rigidez hay un desequilibrio. La rigidez y el desequilibrio se alimentan entre sí en un círculo vicioso”.
 
En este proceso de discernimiento ya se ha puesto en marcha progresivamente la reforma de los asuntos económicos, no sin dificultades, y mirando siempre a la trasparencia, como lo exige la misma cultura de hoy. En su discurso de Navidad Francisco apuntó algunas novedades de la organización de la Curia Romana, “como el nacimiento a finales de 2017 de la Tercera Sección de la Secretaría de Estado (Sección para el personal diplomático de la Santa Sede), junto con otros cambios en las relaciones entre la Curia Romana y las Iglesias particulares”, con la perspectiva de algunos cambios en la estructura de algunos Dicasterios o Congregaciones de la Curia Romana, en relación con las Iglesias orientales, el diálogo ecuménico y el diálogo interreligioso, en particular con el judaísmo.
 
La mirada al mundo de hoy, partiendo de la visión del Concilio Vaticano II, reafirmada en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, ha llevado a una reestructuración de los llamados Dicasterios “históricos” o incluso a la creación de otros nuevos.
 
Hablando de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, Francisco observa que “cuando se instituyeron, era una época en la que era más sencillo distinguir entre dos lados bastante definidos: un mundo cristiano de una parte y un mundo aún por evangelizar, por la otra”. 
 
Ahora no existe esta situación. Las poblaciones que aún no han recibido la proclamación del Evangelio no viven únicamente en continentes no occidentales, sino que viven en todas partes, especialmente en las enormes concentraciones urbanas que requieren un cuidado pastoral específico. En las grandes ciudades necesitamos otros “mapas”, otros paradigmas, que nos ayuden a resituar nuestras formas de pensar y nuestras actitudes: ¡ya no estamos en la cristiandad!”.
 
El impulso para una proclamación renovada del Evangelio de Jesucristo requiere un nuevo estilo y un nuevo lenguaje. El Dicasterio para la Comunicación (a cuyo frente se ha nombrado un laico) pretende responder a las nuevas necesidades, uniendo nueve cuerpos en los medios de comunicación del Vaticano, buscando “producir una mejor oferta de servicios en una cultura digitalizada”.
 
En esta misma línea se inscribe la creación del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que engloba el trabajo de los Pontificios Consejos Justicia y Paz, Cor Unum, Pastoral de los Migrantes y Agentes Sanitarios. 
 
La Iglesia está llamada a recordar a todos que no se trata solo de cuestiones sociales o migratorias, sino de personas humanas, hermanos y hermanas que hoy son el símbolo de todos los descartados de la sociedad globalizada. Está llamada a testimoniar que para Dios nadie es “extranjero” o “excluido”. Está llamada a despertar conciencias adormecidas en la indiferencia ante la realidad del mar Mediterráneo, que se ha convertido para muchos, demasiados, en un cementerio”.


Manuel Muñoz
Publicado en la revista "Capuchinos editorial" de marzo de 2020
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