Manu Andueza. Cristianismo y Justicia

Manu Andueza. Cristianismo y Justicia

José Manuel, cuéntanos a qué te dedicas

A nivel profesional me dedico a la docencia. En la actualidad soy profesor de un colegio concertado en Sant Feliu de Llobregat, donde imparto religión y filosofía. También doy alguna asignatura de teología en el ISCREB (Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona). Pero la vida no se agota en el ámbito profesional. Así que intento no perder nunca el contacto con el ámbito social. He aprendido mucho y le debo mucho de lo que soy a estas experiencias (en el mundo de las prisiones, la droga, personas que viven en la calle, menores subsaharianos, voluntariados en países del sur...) Por eso actualmente colaboro como voluntario en algún proyecto. En la actualidad me centro en el acompañamiento de jóvenes ex-tutelados (jóvenes que han estado en centros de menores hasta los 18 años). Desde mi comunidad, un grupo de siete laicos que nos reunimos semanalmente para compartir la fe desde hace más de diez años, y junto con una entidad social montamos un proyecto para acoger en un piso a algunos jóvenes y así poder acompañarles potenciando el elemento formativo. También organizo desde otro grupo, vinculado a lo que fue el Fórum Catalán de Teología y Liberación, charlas trimestrales locales sobre temas vinculados al ámbito de la fe. 

Y como último aspecto, destacaría mi participación en Cristianismo y Justicia. Un lugar fundamental, en el que me encuentro muy a gusto y que me ayuda mucho a nivel de trabajarme personalmente cuestiones vinculadas con el tema de la fe y la justicia social.

¿En qué consiste la actividad de Cristianismo y Justicia?
Cristianismo y justicia es un centro de estudios vinculado a la compañía de Jesús. Se dedica a la reflexión teológica y social. Agrupa un gran número de personas relacionadas con las ciencias sociales y la teología, así como personas que están en contacto directo con diferentes realidades sociales. 

La intención del centro es la denuncia desde el compromiso, la propuesta de alternativas para colaborar en la transformación de situaciones de injusticia y avanzar hacia un mundo más humano y justo y una iglesia que esté al servicio de los pobres. En el día a día esto se concreta en propuestas de formación -cursos presenciales y online-, publicaciones diversas -libros, cuadernos CJ, Papeles, la revista selecciones de teología...-, y diferentes grupos de trabajo y seminarios internos. Desde hace unos años tengo la suerte de participar de este centro tanto en el ámbito formativo como en algún grupo de trabajo -en concreto uno sobre educación y justicia- y en uno de los seminarios internos. Hay dos grandes seminarios, uno dedicado al tema social, y otro teológico. Participo de este último y he de decir que me aporta una gran riqueza. Es un privilegio poder compartir reuniones de trabajo y reflexión con grandes teólogos de diferentes partes del estado español. Es un momento de reflexión, de profundización, de establecer raíces para un pensamiento y una acción centrada en el evangelio.

¿Qué es el civismo y cómo se construye?

El diccionario de la real academia de la lengua española define civismo como el “comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública”. Desde esta definición, vemos que se trata de una manera de comportarse frente a las normas de manera que se posibilite una convivencia pública. Pero ahora esto tenemos que ubicarlo en cada realidad. Más que respuestas, parece que genera preguntas. Preguntas acerca cuáles sonáis normas de convivencia pública, qué entendemos por convivencia pública...

Es desde aquí donde considero importante recuperar la figura de Lorenzo Milani, modelo de educador cristiano según el papa Francisco. Dicho autor nos recuerda que la obediencia no es una virtud. Y que ante las normas, ante las leyes, hemos de mirar si son justas o no, si responden a las necesidades de los últimos -ya que solo así podremos generar una convivencia pública real-. Por eso, ser fiel a las mismas será cumplirlas si son justas, y si no son justas, hacer todo lo posible por cambiarlas de manera que respondan mejor a su fin. Por lo tanto en la construcción del civismo influye la responsabilidad, el deseo de hacer un mundo mejor y más justo. Y esto se realiza desde la participación social y el diálogo. Un lugar privilegiado de construcción es la escuela. Desde ella se puede ya vivir lo que será dicho civismo, fomentando la pluralidad social, generando diálogo y oportunidades para todos, estableciendo maneras y modelos de relación.

Referencias sobre el desánimo,,, ¿a qué se refiere?

Podríamos decir que el desánimo es una de las palabras que mejor ubican o describen la situación actual de la sociedad. Por eso algunos hablan de que nos encontramos en la era del desánimo. Se dice que nos encontramos en una profunda crisis de ánimo, de esperanza. Así, al hacer alusión a dicho desánimo podemos constatar también la sensación de pérdida de valores, donde el riesgo de dicha pérdida es la corrupción de los mismos.

Jugando con los famosos términos de la ilustración, la famosa triada libertad, fraternidad e igualdad, podemos decir que en nuestra sociedad priorizamos la libertad sobre la fraternidad y la igualdad. Obviamente, no la libertad de todos, pues no todos somos iguales. La libertad de unos pocos, de unos privilegiados. Así nos olvidamos de la igualdad, de los derechos de todos para potenciar los derechos de unos pocos. También es una realidad que dejamos de lado la fraternidad, la solidaridad, el compartir social en aras a una libertad individual. 

Relacionado con dicho desánimo, da la sensación de una pérdida de espacios de encuentros; de una pérdida de la fuerza transformadora de las palabras, de unas palabras que han perdido su sentido en medio de nuestra sociedad (solidaridad, compensación, diálogo, igualdad...); de una pérdida del rostro visible del mal... Y todo ello parece que nos conduce a una pérdida de la ilusión. Por todo los comentado algunos autores hablan que en nuestra sociedad se ha pasado del mito de Prometeo al de Sísifo, y ahora al de Narciso.

Todo ello nos obliga a una relectura social y también teológica de la sociedad actual, buscando una respuesta que nos pueda alentar y ayudar a caminar hacia un futuro mejor. Hay motivos para la esperanza, pero hay que saber buscarlos y leerlos. Y hay caminos a transitar para mantener la ilusión y trabajar por una igualdad y una fraternidad que construya un mundo mejor y más justo. Si todos somos hijos de un mismo Padre como proclamamos los cristianos no podemos quedarnos impasibles. Tenemos un compromiso con nuestros hermanos, especialmente con aquellos y aquellas que más sufren.

¿Qué relación hay entre espiritualidad y civismo?

La espiritualidad tiene que ver con la experiencia que el ser humano tiene de Dios. Esto otorga una mirada al mundo, una manera de mirar el mismo y, por lo tanto, una comprensión de este y una forma de actuar ante tal. La espiritualidad no es una fuga del mundo sino una propuesta de vida a este. Por lo tanto, existe una clara vinculación entre espiritualidad y civismo. Por eso, en función de la espiritualidad que vivamos tendremos una manera de entender el mundo y la sociedad. Desde aquí valoraremos unas cosas u otras, propondremos un modelo social u otro.

La espiritualidad es una invitación a cuidar de la sociedad, a formular un estilo de vida, a buscar una ética de lo correcto. La espiritualidad no nos aleja de los otros sino que los ubica, llevándonos a una preocupación por sus vidas y las estructuras que conforman estas.

La espiritualidad cristiana, esta peculiar manera de mirar el mundo desde los ojos de Jesús de Nazaret nos invita a un compromiso con el mundo, a poner en el centro de nuestro corazón y nuestra acción a aquellos que han sido empobrecidos por las estructuras de nuestro mundo. La espiritualidad es la fuente de la que bebemos para poder construir ese reino de Dios, este mundo que tenga como base los valores evangélicos y se vaya concretando en acciones y estructuras proféticas que permitan la vida digna de todos, no de unos pocos.

Por eso la espiritualidad nos hace dirigir la mirada hacia los signos de los tiempos, buscar por dónde anda Dios hoy, por dónde se escuchan los gritos de las personas que claman al cielo y a nosotros, los espacios en que el Dios de la vida nos dice “aquí estoy”, “a mí me lo hicisteis”.

Háblanos de la espiritualidad de los pobres

La espiritualidad de los pobres, que es un tema muy franciscano, es una propuesta del papa Francisco para nuestro tiempo. Se trata de una respuesta al poder de nuestro mundo, marcado por las tendencias de mercado, de poder de un modelo neoliberal que quiere expandirse por encima de todo. Se trata de responder a esa economía que mata como tantas veces ha dicho el papa, a la cultura del descarte, a la globalización de la indiferencia. 

Además, intenta recuperar esa idea de Juan XXIII de que la iglesia debe ser una iglesia de los pobres.  Por eso, una espiritualidad de los pobres exige, supone la necesidad de dejarnos evangelizar por ellos. De alguna manera, conlleva a que encontremos a Cristo en los pobres, que es su lugar -recordemos el “a mi me lo hicisteis” del juicio final en Mateo-, que prestemos nuestra voz a sus causas, que seamos sus amigos, que les escuchemos,... Invita también a vaciarse de uno mismo, de prejuicios preconcebidos contra los pobres para ser capaces de acogerlos. Una espiritualidad de los pobres significa trabajar para eliminar las causas estructurales de la pobreza y promover el desarrollo integral de las personas más necesidades. 

Unas palabras sobre espiritualidad solidaria

La espiritualidad solidaria es aquella que tiene en cuenta que “debemos recuperar la convicción de que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad compartida y que vale la pena ser buenos y decentes” (Cf. LS 229)

Por un lado nos ubica y nos ayuda a poner freno a una espiritualidad marcada por el neoliberalismo y centrada en el yo. De esta manera, la espiritualidad sale de un cierto egoísmo e intimidad para establecer lazos de solidaridad que respondan a las necesidades reales de las personas y al deseo de construir un mundo mejor desde las claves del Reino de Jesús de Nazaret. Por eso una espiritualidad de la solidaridad implica generar una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad y dé prioridad a la vida sobre los bienes, insistencia constante y central en los santos padres de la Iglesia. Dicha espiritualidad está conectado con la anterior, ya que rompe nuestra apatía e indiferencia hacia aquellos que sufren y son producto de una cultura del descarte. 

¿Qué te gustaría contar a nuestros lectores y olvidé preguntarte?

Simplemente me gustaría acabar con una palabra de esperanza. La esperanza está en el ADN del cristiano y no podemos olvidarlo nunca. No se trata de un falso optimismo. No tiene nada que ver con eso. Se trata de saber que vivimos en esperanza, y eso nos alienta a comprometernos con el mundo.

La esperanza nos habla de una espiritualidad de la alegría, de la relación -con la madre tierra, con los hermanos, con Dios-. Una esperanza sustentada en la creencia firme de la presencia del Espíritu en nuestro mundo. Por eso es importante aprender a leer los signos de nuestro tiempo, para escuchar por dónde van las cosas de Dios en nuestros días. 

Una esperanza, que nos recuerda que estos son nuestros tiempos, los tiempos que nos han sido regalados para vivir, los tiempos en los que tenemos que vivir y saber -desde una mirada esperanza- valorar, cuidar y mejorar. Este es mi/nuestro tiempo y es el momento en el que podemos aportar algo para el bien del mundo.

Tengo la sensación de que estamos viviendo un momento muy interesante. Un momento que puede ayudar a realizar cambios en la iglesia, en las vidas de las comunidades. Cambios que pueden ayudarnos a retomar las fuentes y ser fieles a la propuesta de Jesús de Nazaret. Y quiero acabar agradeciendo su labor a la familia franciscana. Agradeciendo y animando a continuar adelante con su trabajo. Fue un placer poder participar del encuentro realizado por ESEF.

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