La vida es la realización de un sueño de juventud. Entrevista a Domingo Añó Cebolla, OFMCap

La vida es la realización de un sueño de juventud. Entrevista a Domingo Añó Cebolla, OFMCap
Tenemos ocasión de dialogar con Domingo Añó Cebolla. Es un hermano capuchino, perteneciente a la Provincia de España. Desde el año 2016, fue asistente de la antigua federación Madre de Dios, de las hermanas clarisas capuchinas. Desde mayo de 2020 es el asistente de la nueva federación de la Inmaculada Concepción, fruto de la unión de dos antiguas federaciones de España. Cuando le dije que quería hacerle una entrevista, aceptó con agrado. Os ofrezco el desarrollo de esta conversación. 
 
Cuéntanos Domingo, ¿de dónde eres, cómo fue tu infancia, qué estudiaste?.
Nací en Guadassuar, un pueblo de 5.900 habitantes, que pertenece a la Provincia de Valencia. Mi padre fue agricultor y su pasión era la música. Tocaba varios instrumentos: requinto, clarinete y contrabajo. Durante muchísimos años fue subdirector de la banda Unión musical santa Cecilia de mi pueblo. Era el más veterano de todos. Se retiró poco después de cumplir 88 años. Mi madre, María, era ama de casa. De joven fue catequista en Corbera, pueblo de 3.160 habitantes, a unos 14 km de Guadassuar. Le gustaba cuidar de su familia y ayudar a las personas necesitadas. A mis padres les unía su vida de fe. Tanto mi padre como mi madre eran los presidentes de la Juventud de Acción Católica en sus pueblos respectivos. Mis padres se casaron en Corbera y establecieron su hogar en Guadassuar. Mis hermanas, María Milagro, que es la mayor, y María Rosario, que es la más pequeña, son maestras.
 
Recuerdo los años de mi infancia con mucho agrado. Estudié en el colegio de mi pueblo, regido por las hermanas de la Doctrina Cristiana, hasta la edad de 7 años. Hice la primaria en el colegio de los Escolapios de Algemesí. Fueron tres años, que recuerdo con mucho cariño. Tuve maestros excelentes. Me viene a la memoria el primer día de clase. Me incorporé más tarde, era el “nuevo” del grupo. Fui muy bien aceptado por todos mis compañeros. El profesor, escolapio, me dijo que, durante una semana, realizaría la adaptación y, después, ya sería uno más del grupo. Esta experiencia quedó grabada a fuego en mi corazón. Más tarde supe que ese gesto correspondía a la pedagogía de las escuelas pías.  
 
A la edad de 10 años, fui al seminario seráfico de Massamagrell. Allí estudié bachillerato, excepto el último curso (6º), que, por motivos del cierre de dicho seminario, fui al instituto de Alzira. El COU lo realicé en un instituto de Valencia. Estos años de seminario fueron decisivos para mi formación, porque me ayudaron en el despertar religioso. Era una educación integral, que combinaba las clases magistrales con la reflexión personal, lo que hoy se llama pensamiento crítico.
 
Después del noviciado, cursé los estudios eclesiásticos en la facultad de teología de Valencia. Posteriormente, después de la ordenación sacerdotal, continué estudiando en Madrid, donde obtuve la licenciatura en teología de la vida religiosa.
 
¿Cómo llegas a la Orden Capuchina y cuáles son tus primeras tareas?
Durante los años que estuve en el colegio de Algemesí, yo deseaba ser escolapio. Pero, en ese tiempo, los Capuchinos crearon una fraternidad en mi pueblo, que tenía como misión regentar la parroquia. Yo me apunté como monaguillo y fueron los capuchinos quienes me invitaron a entrar en el seminario seráfico.
 
Nada es casual. Mi pueblo ha tenido mucha tradición religiosa. En ella había religiosos de varias órdenes y congregaciones (carmelitas, escolapios, salesianos y, sobre todo, capuchinos), además de sacerdotes diocesanos.  La calle donde vivía estaba dedicada al P. Vicente, Obispo capuchino de Valledupar (Colombia). Cuando iba de visita ad limina a Roma, pasaba por mi pueblo. Yo le acompañaba a la iglesia y le ayudaba en la celebración de la Eucaristía. También otros capuchinos de mi pueblo, cuando regresaban de misiones (la mayoría estaba en Colombia), pasaban por mi casa. Por eso, la elección de los capuchinos fue para mí algo natural: conocía a muchos de ellos desde muy pequeño.
 
Para ser admitido en el seminario seráfico había que realizar, primero, una “semana de prueba”. Fue en el mes de julio del año 1966. Recuerdo con ilusión cuando, al terminar esta semana, el capuchino encargado de la formación, Miguel González Aguilar, le dijo a mis padres que podía ingresar en el seminario el 1 de septiembre, si ese era mi deseo. Yo presencié esa conversación y sentí gran alegría.
 
Como ya he manifestado anteriormente, estuve en el seminario de Massamagrell cinco cursos. El paso al instituto no me resultó muy duro. Vivía con mis padres. Echaba de menos la vida del seminario. Como éramos varios seráficos del mismo pueblo, en el instituto de Alzira coincidí con algún compañero de curso. 
 
La celebración de la profesión temporal fue presidida por el Obispo de mi pueblo, que en ese tiempo -agosto de 1974- se encontraba en España. Otra casualidad de la vida es que fui ordenado sacerdote por Mons. José Agustín Valbuena Jáuregui, obispo colombiano, sucesor de Mons. Vicente Roig i Villalba, que falleció en abril de 1976. 
 
En la Orden capuchina, fui durante cuatro años maestro de postulantes, secretario provincial y, los dos últimos años, profesor de nuestro colegio de Massamagrell (el antiguo seminario seráfico). Después fui 8 años párroco de la Parroquia de la Sagrada Familia de Castellón, también regida por los capuchinos. Ese ha sido mi inicio en la Orden capuchina. 
 
 
En la actualidad, ¿qué tareas desempeñas? Cuéntanos alguna curiosidad.
Actualmente desempeño dos tareas: servir a la Parroquia Sagrado Corazón de Usera (Madrid) y al Colegio Sagrado Corazón, ubicado en el mismo lugar. Tanto la Parroquia como el Colegio tienen su organización propia y realizan un proyecto común. Nuestra espiritualidad favorece el encuentro, la relación con todos, evangelizando y evangelizándonos.
 
La animación que realizo como párroco en la comunidad parroquial es presidir las celebraciones y acompañar a los grupos. Toda la actividad parroquial está coordinada por Jesús De la Torre, laico, que reside en el domicilio de la parroquia y hace el seguimiento de la parroquia en su día a día. La fraternidad de Jesús de Medinaceli,, donde vivo, colabora  con las actividades parroquiales.
 
El acompañamiento que realizo en el Colegio, como director también es de coordinación. Se trata de liderar, dinamizar, junto con el equipo directivo, a toda la comunidad educativa.
 
Como anécdotas curiosas, en esta comunidad parroquial de Usera celebré mi primera novena como sacerdote. Residí en esta fraternidad durante dos años, el tiempo que estuve estudiando en Madrid.  Llegaba la fiesta del Sagrado Corazón, titular de la parroquia. Era el año 1980.  El párroco de entonces, Tomás Martín, capuchino, me encargó la novena. La víspera de la novena, unas mujeres colaboradoras de la parroquia me pidieron que limpiase la imagen del Sagrado Corazón, que preside el templo. Les dije a estas mujeres que me tenía que cambiar de ropa porque la imagen tenía mucho polvo. Me contestaron que no importaba, que me podía cambiar después y ellas lavarían mi ropa. Así lo hice. Pero los días pasaban. Pregunté al párroco. No sabía nada de mi ropa. Pregunté a las mujeres y me dijeron que se la habían entregado al párroco. Le volví a preguntar al párroco y, después de darle las señas que me habían indicado las mujeres, respondió que pensó que la ropa recibida era para Cáritas y la había entregado a los pobres. Me quedé sin los pantalones y la camisa que eran casi recién estrenados.
 
Narro otra anécdota más reciente. Era al inicio de mi presencia en el Colegio, el año 2013. Un día, vino un alumno de 4º de primaria al despacho para pedirme si le podía prestar mi máquina de fotografiar, porque se iba de excursión y se le había olvidado en su casa. Le dije que no tenía, que le podía prestar mi teléfono móvil... El niño comprendió que no era posible llevarse mi teléfono y lamentaba su despiste. 
 
Son muchas las satisfacciones que recibes de forma inesperada. En una graduación de infantil, antes de comenzar la ceremonia, un niño de cinco años expresó con espontaneidad: “Hoy es el día más feliz de mi vida”. Da gusto escuchar la misma expresión en niños de primera comunión, o a unos novios al iniciar la celebración religiosa o en cualquier otra circunstancia cuando la persona es capaz de percibir su crecimiento personal. También hay momentos más duros. Pero esas pequeñas alegrías compensan los sinsabores que, a veces, se tienen.
 
Sé que eres miembro del Consejo provincial. ¿Qué es el Consejo Provincial?
Nuestra Orden o Fraternidad está formada por hermanos, cada uno de los cuales está agregado a una demarcación que, en mi caso, es la Provincia de España. A su vez, cada Provincia está presidida por el Ministro provincial. La labor del Consejo provincial es ayudar al Ministro provincial a tomar las decisiones que afectan a las fraternidades que pertenecen a la misma Provincia.
 
La misión principal del Ministro provincial es la animación de la vida fraterna en todas sus dimensiones: vocación, comunión y misión. Salvo las funciones que le son propias, el ejercicio de esa animación se realiza en equipo. Por tanto, la función de los miembros del Consejo es colaborar con el Ministro provincial para que los hermanos y las fraternidades crezcan en las tres dimensiones. Desde la vocación, animar el crecimiento espiritual, Desde la comunión, favorecer el desarrollo de las relaciones fraternas. Y desde la misión, potenciar la participación de todos los hermanos en la evangelización, que tiene diversas facetas: la pastoral parroquial o de las iglesias de culto (en los casos que la fraternidad no regente una parroquia), la pastoral educativa (en el caso de los colegios y de las universidades, en las que trabajan o han trabajado  como profesores muchos hermanos de nuestra Provincia), en la pastoral social (que abarca muchas dimensiones: la inmigración, la marginación, la atención a las personas mayores...), la pastoral misionera (tanto dentro de la propia Provincia como colaborando en misiones en el extranjero). Podría añadir más campos, pero considero que es suficiente la enumeración aportada.
 
Al Ministro provincial y a su consejo le corresponde dedicar tiempo para la escucha de los hermanos y de las fraternidades, impulsar la comunión y ser signo de unidad, promover la pastoral vocacional, la formación inicial y la formación permanente. Hoy en día necesitamos tomar muy en serio la pastoral vocacional, no para hacer proselitismo y superar así el vacío generacional, sino potenciando la cultura vocacional en todas sus facetas: desde la atención a los niños y jóvenes en sus procesos de formación integral (respetando el camino que libremente cada uno escoja) hasta el acompañamiento en todas las opciones o estados de vida posibles. 
 
Un documento de la santa Sede, titulado “El servicio de la autoridad y la obediencia” describe muy bien en qué consiste la animación del consejo provincial: se trata de promover el crecimiento de la vida fraterna a través del servicio de la escucha, la creación de un clima favorable al diálogo, la contribución de todos en los asuntos comunes, el servicio a los hermanos y a las fraternidades y el discernimiento comunitario.
 
 
Además, prestas un servicio a las hermanas clarisas capuchinas de España. ¿En qué consiste?
Sí, lo hemos comentado al inicio de la entrevista. Las hermanas clarisas capuchinas, de la Federación Madre de Dios, me propusieron como asistente. Después he pasado a ser el asistente de la federación de la Inmaculada Concepción, al unificarse las dos federaciones de capuchinas que estaban en España.
 
La función que realiza el asistente es de colaboración. Así lo expresa el documento Cor orans al afirmar que el asistente religioso realiza su misión con espíritu de colaboración y de servicio. Estas palabras hay que subrayarlas porque son muy elocuentes. El asistente religioso es un ayudante, un colaborador, un servidor. Su tarea consiste en asesorar a la Presidente federal en materia de formación y en otros asuntos que se precisen. Acabamos de hablar del Ministro provincial y su Consejo. Pues bien, la Presidenta federal también tiene su consejo de hermanas que tienen funciones muy parecidas a las definidas anteriormente. Pero el asistente federal no es un consejero, no es un miembro más del Consejo federal. Las hermanas capuchinas tienen autonomía total. Él no toma decisiones. Su labor consiste en estar al servicio de la Presidente federal y su Consejo. Es cierto que el asistente representa a la Santa Sede ante la Federación, pero después el documento, que acabo de citar, añade: pero no ante los monasterios que la componen. 
 
La experiencia durante estos años es muy rica. He percibido las muchas cualidades que tienen las hermanas, sin distinción de edad ni cargo. Conozco hermanas ancianas con una sabiduría espiritual y humana. Recuerdo la conversación con una de ellas, que ha cumplido 100 años y tiene la mente muy lúcida, hablar del origen de su vocación y de las enseñanzas de su maestra en el tiempo de su noviciado. En aquellos años, la madre maestra -así se llamaba a la hermana formadora de las novicias- les decía que para conocer a Dios, primero hay que conocerse uno a sí mismo. Añadía también otra enseñanza: hay que crecer en humanidad, potenciar el diálogo con las hermanas, respetar los dones que Dios da a cada uno. También las hermanas jóvenes tienen una sabiduría práctica. ¡Quién lo iba a pensar! Muchas hermanas jóvenes saben cocinar, bordar, cultivar la huerta, elaborar documentos.
 
Es decir, es mucho lo que he aprendido y estoy aprendiendo. Me siento uno más. Recuerdo con mucho agrado el estudio compartido que hemos hecho durante la primera fase de la renovación de las Constituciones, cuando había que presentar la síntesis de las comunidades a la asamblea federal. Con qué esmero recogían las respuestas, cuidando todos los detalles, todos los matices, sabiendo escoger las ideas principales para expresarlas en un mismo lenguaje, sin desfigurar el significado original de las palabras. Esa síntesis yo era incapaz de realizarla. ¡Qué belleza! ¡Qué respeto! ¡Qué gracia! En esa asamblea me pidieron que hiciera la presentación y la explicación de la metodología. En las últimas sesiones, hice de moderador. Había que hacer la síntesis de todas las aportaciones que tuviera el refrendo de la Asamblea. Pensé en mis adentros que sería tarea imposible, que no se llegaría al consenso. ¡Qué va...! Estaba equivocado. La síntesis se hizo sobre la marcha: una hermana iba proyectando en la pantalla la redacción. Si una hermana cambiaba alguna palabra, inmediatamente quedaba recogida en el nuevo texto. Cuando se dice que los primeros apóstoles hablaban lenguas diversas y cada uno de los oyentes las entendían en su propio idioma, aquí sucedió lo mismo. Esa Asamblea fue un nuevo Pentecostés.
 
De la figura del asistente habla el documento Cor orans, al final del capítulo segundo, que se refiere la federación de monasterios, después de exponer todo lo referido a la naturaleza de la federación, a las funciones de la presidenta y su consejo, detrás también de la descripción de la asamblea y de los oficios federales, ahí, en el último punto, se habla del asistente religioso. En los demás lugares, une la figura del asistente a la de la presidente, en el mismo plano de igualdad y en el mismo rango, en colaboración y como signo de comunión.
 
¿Cómo ves la sociedad actual?
No hemos de ser profetas de calamidades, sino personas de esperanza. Ese ha sido el sentir del Concilio Vaticano II y ese es el sentir del Papa Francisco. Una de las grandes lecciones que aprendí en el seminario seráfico fue que el mal se vence con el bien. Después, supe que ese era el lema que tenía el escudo episcopal de Mons. Vicente Roig i Villalba: “Vince in bono malum”.
 
Edward Schillebeeckx, teólogo holandés de gran talla intelectual, dominico para más señas, decía que saberse llamado por Dios es negarse a considerar el mundo y la vida como un acontecimiento opaco e impersonal. Los capuchinos no podemos desentendernos de la vida y de la sociedad. Quizá, durante demasiado tiempo, los cristianos hemos tenido una visión dualista de la vida, como si la Iglesia y el mundo fuesen entes separados. Por suerte, desde el concilio Vaticano II, ese dualismo ha desaparecido. Por tanto, quiero mirar a la sociedad actual con los ojos de la esperanza.
 
Las calamidades que, desde luego, se producen, como está sucediendo con la actual pandemia, no se vencen anunciando más calamidades, sino con esfuerzo y trabajo duro, a ejemplo de los sanitarios, los encargados del transporte, los que se dedican a la limpieza o a abastecer los supermercados, como hacen también los investigadores de las vacunas. La verdadera calamidad, el único virus que se mete en la cabeza y contamina todo nuestro ser no es la Covid-19 y sus muchas mutaciones, sino nuestra falta de fe y esperanza.
 
San Juan XXIII manifestaba que muchas personas, quizá con buena voluntad, pero sin criterio ni cordura, no veían  en los tiempos modernos más que ruina. La confianza en Dios nos lleva a un nuevo orden de relaciones humanas.
 
A nosotros nos corresponde ser “bálsamo de esperanza”. Seamos profetas de la ternura, como rezamos en el himno de vísperas en la fiesta de san Francisco de Asís.
 
¿Qué opinión te merecen las publicaciones de nuestras revistas?
Considero que las revistas son un medio excelente para evangelizar. De hecho, desde hace más de un siglo, nuestra Provincia tenía la revista “El Propagador de las Tres Avemarías”, que nació con la intención de difundir la devoción a la Virgen. Con el paso de los años se fue renovando, dotándola de otros contenidos de actualidad. Finalmente, con motivo de la unificación de las cuatro Provincias capuchinas de España, esta revista pasó a formar parte de la actual revista Capuchinos editorial, que integra también otras revistas de las demás antiguas Provincias. 
 
Las publicaciones que tiene la Provincia capuchina de España son diversas. Una de ellas trata temas bíblicos. Las demás tratan temas de religiosidad popular y de actualidad. Estas revistas son una ayuda excelente para conocer la espiritualidad franciscana y los diversos aspectos de la vida de la Iglesia, de la Orden capuchina y del mundo. 
 
El mérito de estas publicaciones está en elaborar artículos, seleccionando las fuentes de información, destacando las ideas más importantes. Nos lamentamos de no tener tiempo para leer. La causa de nuestro lamento y de una posible frustración en el deseo de seguir leyendo, es el empeño leer libros gordos. En cambio, las revistas nos ofrecen la posibilidad de informarnos sobre un tema concreto, de forma breve, amena y profunda. 
 
El contenido de nuestras revistas es muy útil para las parroquias y colegios, además de las familias. Recuerdo que, en una reunión de capuchinos, al hablar de la renovación del apostolado, se dijo que había que potenciar el apostolado de la pluma, invitando a los hermanos a escribir. Se comentaba que la revista era un material muy útil para la pastoral. Y se citaba el ejemplo de un catequista que solía recortar los artículos que más le gustaban y le servían para las reuniones con el grupo de adolescentes y jóvenes. 
 
Nuestras revistas pasan por muchas manos. Está constatado que cada ejemplar de nuestras revistas lo leen cinco personas. Por tanto, el número de lectores es muy superior al número de suscriptores.
 
La lectura de nuestras publicaciones genera adicción. Suelo subrayar los párrafos que me llaman la atención para, después, tomar nota. La lectura de esta revista me sirve para mantener contacto con la Biblia de manera continuada.
 
¿Añadirías algún tema o cuestión?
Sí. Compartir una reflexión. Los seres humanos somos megalómanos: queremos realizar grandes obras. Nos sentimos superiores a los demás. Tenemos que aparentar una posición social y económica más alta. La situación de pandemia nos obliga a replantear nuestras aspiraciones y adoptar un estilo de vida más sencillo y más gozoso, porque nos ayuda a profundizar en la relación con Dios, con los demás, con el trabajo y con todo... 
 
Recuerdo el testimonio de una persona muy cercana. Cuando se entró en la fase de la nueva normalidad y se permitía las celebraciones de la eucaristía con público, se lamentaba porque ya no tendría celebraciones on line, que le ayudaban a interiorizar. Sentía que la palabra de Dios de cada día le acompañaba durante toda la jornada. Esta persona había descubierto el significado de la vida contemplativa. La pregunta que se hacía era esta: ¿será posible mantener este espíritu después de la pandemia?
 
Retomando una idea que ya he expresado, necesitamos recuperar el profetismo de la vida ordinaria. No nos dejemos llevar por la espectacularidad y la resonancia social. Disfrutemos de las cosas cotidianas. Las cosas pequeñas son las importantes, las que hay que cuidar con esmero.
Sentir la presencia de Dios en el día a día merece la pena.
 
Un mensaje para los lectores de nuestras revistas
Eso significa que llegamos al final de la entrevista. El mensaje para los lectores es éste: que no dejen de soñar. Que no olviden los sueños de su juventud.
 
Que escriban sus sueños. Hay una frase de Richard Bach que me acompaña desde siempre: Nunca se te concede un deseo sin que también se te dé el poder hacerlo realidad.
 
Los profetas de calamidades tienen pesadillas. Los sueños de los profetas de la ternura y la esperanza tienen un buen despertar. Nuestro tiempo es dramático y también fascinante.
 
Compartamos nuestros sueños. Porque, como decía Helder Cámara, si sólo un hombre sueña, se trata solamente de un sueño, pero si son muchos los que sueñan, entonces surge una nueva realidad.
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