Hoy es Beato Honorato Kozminski de Biala Podlaska

“Vivió, como es sabido, en tiempos difíciles: tiempos difíciles para la patria y para la Iglesia. Polonia había sido dividida. En el llamado Reino de Polonia había sido proclamado, después de la insurrección de enero, el estado de guerra. Se habían suprimido todas las Órdenes religiosas, y habían quedado sólo algunos monasterios, condenados prácticamente a la muerte, porque los noviciados habían sido cerrados”. Con estas palabras ambientaba Juan Pablo II la vida del Beato Honorato el día de su beatificación.

Beato Honorato Kozminski de Biala Podlaska
Nace nuestro protagonista el 16 de octubre de 1829, recibiendo el nombre de Wenceslao, en una familia profundamente religiosa de la que recibe una excelente formación religiosa. Sin embargo, su paso por la universidad y diversas experiencias negativas, le llevaron a abandonarla. La recuperará cuando pase por la experiencia de la cárcel: acusado de pertenecer a una organización política subversiva, es encarcelado en 1846 por la policía zarista; vive bajo la amenaza de ser condenado a muerte, siendo liberado inesperadamente en 1847. En este período, el día de la Asunción de María de 1846, vuelve a recuperar la fe, profundizando en su vivencia y sus exigencias. En 1848 ingresa en el noviciado de los capuchinos, con el nombre de fray Honorato. En 1852 recibe la ordenación sacerdotal y desde entonces desplegará una gran actividad, como profesor de teología, como predicador, como organizador de la vida de sus hermanos y, sobre todo, como acompañante y director espiritual. Trabajó decididamente en la dirección de los franciscanos seglares, promoviendo en ellos no sólo una vida devota, sino comprometiéndolos en una actividad caritativa y social.
 
A partir de 1863 su vida toma una dirección nueva. Fracasa el alzamiento organizado contra los rusos y las consecuencias son desastrosas para las órdenes religiosas. El Padre Honorato de Biala es recluido en el convento, primero, en Zakroczyn y, más tarde, en Nowe-Miasto. Su labor la realizará desde entonces a través del confesionario. Lo recordaba Juan Pablo II en su beatificación: “Religioso entregado con magnanimidad y generosidad a su ideal de hermano menor capuchino. Verdadero hijo espiritual de San Francisco. Sacerdote y apóstol. Asiduo ministro del sacramento del perdón y de la reconciliación, su heroico servicio en el confesionario fue una verdadera dirección espiritual. Tuvo un profundo don de saber descubrir y mostrar los caminos de la vocación divina”. A través de este ministerio acompañará a muchas personas dando origen a numerosas congregaciones que pretendían ser, como decía Jesús, levadura en la masa, haciéndola fermentar con su testimonio y su actitud. Les decía: “Os ruego que no os manifestéis nunca como religiosos, porque ahora gozamos de una libertad temporal. Volveremos a tener tiempos de grandes dificultades... Sed constantes en este género de vida, ya que para esto habéis sido llamados. Sólo con esto podréis acumular tesoros de gracia divina, y con esto solo podréis trabajar con gran provecho para la gloria de Dios y para la salvación de las almas”. Cuando, debido a la enfermedad, no las pueda acompañar desde el confesionario, la hará con su oración y con sus cartas.
 
La novedad de sus fundaciones llamó la atención en aquel momento y en 1889 recibieron el reconocimiento de la Iglesia, aunque pronto surgieron oposiciones que obligaron al Padre Honorato a abandonar la dirección de estos grupos. Él aceptó la decisión con gran docilidad, siguiendo convencido de que era una forma de mantener el anuncio del evangelio en aquellos momentos difíciles. Murió el 16 de diciembre de 1916 y Juan Pablo II le beatificó en 1988.
 
La intuición del Beato Honorato encontrará un respaldo en las palabras de Pablo VI: “La Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio. Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunidad de vida y destino con los demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno… A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles… Todos los cristianos están llamados a este testimonio y, en este sentido, pueden ser verdaderos evangelizadores

Jesús González Castañón
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