Hoy es San Ángel de Acri

El 15 de octubre el papa Francisco inscribía el catálogo de los santos a Ángel de Acri que, en el lejano 1825, el papa León XII había proclamado beato. Ambas fechas son el final de un itinerario vivido por Lucas Antonio Falcone, que así le llamaron al bautizarlo, y conocido por Ángel de Acri, como le pusieron en el noviciado. Su vida fue la realización de lo que dejó escrito para él y sus hermanos:

San Ángel de Acri
 “Es una gran gracia y una gran gloria ser capuchinos y verdaderos hijos de S. Francisco. Pero es necesario conocer y llevar siempre consigo cinco gemas preciosas: la austeridad, la simplicidad, la exacta observancia de las Constituciones y de la Regla seráfica, la inocencia de vida y la caridad inagotable”.
 
Pero el camino hasta llegar ahí fue largo. Nació en 1669 en una familia, pobre de recursos materiales pero rica en valores cristianos, que Lucas Antonio asimiló poco a poco. En 1689 oye el sermón de un capuchino y siente  la llamada religiosa. Ingresa en el noviciado, a pesar de la oposición de su madre y de un tío sacerdote. Sin embargo, a los pocos días, vuelve sobre sus pasos y abandona el convento. Vuelve a la casa familiar, pero, al poco tiempo, de nuevo experimenta la llamada de Dios y, armándose de humildad, vuelve a llamar a las puertas del convento en el que es acogido con amabilidad. Por segunda vez se deja llevar por las dudas y los miedos y abandona su camino religioso. Finalmente, en noviembre de 1690, ingresa por tercera vez. Comienza el año de noviciado y su vida de oración y penitencia para rechazar las dudas y los miedos que le siguen acechando. De gran ayuda para su afianzamiento en la vocación fue el conocimiento de la biografía de otro capuchino: fray Bernardo de Corleone, del que se iniciaba por entonces la causa de beatificación. Cuentan los biógafos que, envuelto en la nube de sus dudas, se arrojó llorando a los pies de un Crucifijo, exclamando: “¡Ayúdame, Señor! No resisto más”, escuchando una voz que le decía: “Compórtate como fray Bernardo de Corleone”.
 
Terminados los estudios, recibe la ordenación sacerdotal en 1700, dedicándose desde entonces la predicación. Se le conoce como el “misionero de Calabria”. Los comienzos de su ministerio no fueron brillantes. Cuentan que, en el primer sermón que fue a predicar y que había preparado con esmero, se quedó en blanco y hubo de abandonar el púlpito con una sensación de fracaso. Aprenderá del mismo Señor que debía dirigirse a sus oyentes no con palabras rebuscadas y llenas de retórica, sino con un lenguaje sencillo y cercano. De este modo, a pesar de las reticencias con que al principio le recibieron, terminó llegando al corazón de todas las personas de cualquier condición social. Aprendió entonces a hacer realidad lo que el padre San Francisco había escrito en la Regla sobre la predicación: “Amonesto también y exhorto a los mismos hermanos a que, en la predicación que hacen, su lenguaje sea ponderado y sincero, para provecho y edificación del pueblo, anunciándoles los vicios y las virtudes, la pena y la gloria con brevedad de sermón; porque palabra abreviada hizo el Señor sobre la tierra”. La contemplación de la pasión de Cristo y del misterio de la Eucaristía, junto con la devoción a María, fue la fuente de inspiración para su predicación. Y junto a esta, destaca su actitud de acogida y de escucha de los que, movidos por su palabra, se acercaban al sacramento de la reconciliación. Si en los sermones daba la impresión de intransigente y duro condenando los pecados, en el confesionario desbordaba su misericordia y su cordialidad, facilitando el encuentro de las personas con el perdón de Dios.
 
Hay otra dimensión en la vida de nuestro santo que no podemos olvidar. Es su servicio de animación a los hermanos que le eligieron maestro de novicios, guardián, consejero y ministro provincial. Con ellos desplegó, como reflejaba las palabras con las que abríamos estas notas, su saber, su cercanía y su cariño, animado por lo que también el padre San Francisco escribió en la Regla: “Los hermanos que son ministros y siervos de los otros hermanos, visiten y amonesten a sus hermanos, y corríjanlos humilde y caritativamente, no mandándoles nada que sea contrario a su alma y a nuestra Regla”. Su modo de actuación quedó como modelo de gobierno tras su muerte, ocurrida en 1739.
 
Jesús González Castañón
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