Pontífices
Los días 17 al 21 de julio estos últimos años los paso en “el paraíso de El Bierzo”, en el monasterio de la Anunciada, monasterio de clarisas que custodian los restos de San Lorenzo de Brindis.
La primera vez que fui a este lugar fue en el curso de verano que la CIC, Conferencia Ibérica de Capuchinos, organizaba para los postnovicios capuchinos. Era el verano de 1989. Posteriormente, en el año 2000 me hospedé en esta casa, junto con un grupo de jóvenes de JUFRA en peregrinación a Santiago de Compostela. Estos últimos años he tenido la oportunidad de estar los cinco días anteriores a la fiesta de San Lorenzo celebrando la misa para el pueblo y para la pequeña comunidad de clarisas. Me ha servido para conocer más la figura de este santo capuchino.
El día 21 resulta que coincide con el aniversario de la muerte de otro hermano nuestro: Alejandro Labaka. Siendo obispo de Aguarico, en la selva ecuatoriana, murió alanceado por los Tagaeri, en 1987, junto con la hermana Terciaria Capuchina Inés Arango.
Ambos han sido grandes “figuras capuchinas”, separadas muchos años en el tiempo. Grandes evangelizadores, grandes mediadores, buenos constructores de puentes. Utilizando las palabras y el simbolismo de Miguel Ángel Cabodevilla al hablar de Alejandro Labaka, “ambos eran pontífices de suyo”. A los dos les “salía de sus entrañas el andar construyendo pasarelas de armonía en cualquier tipo de oposición o de enfrentamiento”.
Los dos nos recuerdan que la tarea de mediar ha estado muy presente en la comunidad cristiana a lo largo de la historia. Tenemos el ejemplo de Jesús, el gran mediador, porque acercó a Dios a los hombres y porque favoreció el encuentro entre ellos al proponer un mundo mejor para todos.
Los dos nos presentan a una Iglesia mediadora para tejer vínculos de colaboración, para resolver cualquier clase de conflictos y para tratar de responder juntos a las amenazas a las que tiene que hacer frente la humanidad.
Al recordar a San Lorenzo de Brindis y a Alejandro Labaka en sus tareas mediadoras tengo presentes las palabras del Papa Francisco en la Evangelii Gaudium, cuando afirma que “ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. «¡Felices los que trabajan por la paz!» (Mt 5,9). De este modo, se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda…” (nn 227-228)
Benjamín Echeverría