Sinodalidad
Con el paso del tiempo hay palabras que se ponen de moda. En estos últimos años en el lenguaje de la Iglesia han aparecido con fuerza dos palabras: “sínodo” y “sinodalidad”. Las dos hacen referencia a “recorrer juntos un camino” y la manera de hacerlo.
La sinodalidad es la forma de participar todo el pueblo de Dios y de todos en el pueblo de Dios, cada uno según su condición y función en la vida y la misión de la Iglesia.
Las dos forman parte del vocabulario del Papa Francisco y las escucharemos con frecuencia en los próximos años. No son palabras nuevas en la vida de la Iglesia. Todo lo contrario. Forman parte de la más pura tradición. Hace ya varios años, en 2015, con motivo del Sínodo de los obispos el Papa decía que “el camino de la Sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del Tercer Milenio”.
En nuestro mundo se hacen infinidad de consultas de todo tipo para alcanzar los objetivos que se proponen. El Papa quiere implicar a toda la Iglesia en la reflexión sobre lo que el mundo de hoy pide a la Iglesia. Dicha consulta abarca a todo el pueblo de Dios, que lo formamos, los laicos, los sacerdotes y los religiosos. Especial protagonismo han de tener los laicos. De ahí el deseo de escuchar a los fieles a todos los niveles, en la parroquia, en la diócesis, en los distintos movimientos eclesiales, para poder tomar decisiones de gobierno.
Por eso la escucha es el esencial. “Tener oídos, escuchar, es el primer compromiso. Se trata de escuchar la voz de Dios, de captar su presencia, de interceptar su paso y su soplo de vida”. Es necesario que los pastores se escuchen entre sí, y no solo: escucharse entre hermanos cristianos, escuchar a los alejados, escuchar a los más débiles y escuchar a los desheredados.
Hemos oído muchas veces en palabras del Papa Francisco que uno de los males de nuestra Iglesia es el clericalismo, que separa al clero del pueblo. Ahora se nos invita a reorientar la vida de la Iglesia. De esta manera se nos invita a volver sobre las experiencias personales, contar testimonios, no mirarnos a nuestro propio ombligo, escuchar otros puntos de vista, etc. Si somos capaces de implicarnos en este sueño y proyecto eclesial, seguramente que asumiremos un mayor compromiso en el mundo, que seremos capaces de presentar los valores del Evangelio en esos espacios donde se niega la dignidad de las personas, que cuidaremos mejor a las familias y cuidaremos mejor la casa común. Seremos expresión “de una Iglesia, de un Pueblo de Dios en salida”.
Fr. Benjamín Echeverría