La casa-albergue para indígenas de Orellana recibe el primer premio de arquitectura.

Este reconocido galardón se ha otorgado en la categoría de Hábitat social y de Desarrollo en la Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito (Ecuador).

La casa-albergue para indígenas de Orellana recibe el primer premio de arquitectura.

Es una noticia importante por lo que supone para quienes la idearon, el equipo de arquitectos de MCM-A y para nosotros, que estuvimos implicados en su construcción y posteriormente en las actividades que se realizan en su interior. Pero sobretodo es una gran noticia para el Coca, esa remota ciudad de petroleros que durante años cabalgó entre la desidia y el abandono y que ahora, fruto de los esfuerzos conjuntos de propios y ajenos, ve rebrotar la belleza de la selva entre sus edificios y avenidas.

Hace unos cinco años, el Vicariato de Aguarico – Misión Capuchina, nos planteó la necesidad de reconstruir la vieja casa que durante años había servido para que los indígenas de las comunidades más alejadas tuvieran en la capital, en Coca, un lugar en el que hospedarse. En un modelo social en el que las grandes ciudades y la aglomeración iban comiéndole terreno a una realidad antaño rural y difuminada era necesario dotar a las minorías indígenas de puntos de anclaje para que no perdieran del todo el tren del desarrollo.

Frente a la antigua construcción decidimos apostar por una nueva casa que no solamente primara la eficiencia sino también la estética. Recuerdo que por aquel entonces justificábamos la necesidad de dicho edificio en “no construir galpones para indígenas” (galpón es algo semejante a un granero). Y es que la bienal es un concurso técnico pero sin pretenderlo está premiando una propuesta concreta de desarrollo, una visión específica sobre los derechos fundamentales de quienes son minoría y marginados en esta sociedad que los atropella constantemente. Y como muestra, tres argumentos.

El primero nos lleva al País Vasco. Todos recordaremos como el museo construido por Frank Gehry en Bilbao cambió la fisionomía de una ciudad antes gris e industrial en otra que acoge turismo, que muestra su belleza y que la vende como su mejor escaparate. La estética es desarrollo porque encierra una actitud de respeto. En el Coca pocos edificios son construidos de principio a fin, pocos se planifican teniendo en cuenta que serán construidos en la selva y que eso implica integrar la naturaleza en su concepción pero también sistemas de refrigeración natural, luz natural y sistemas de control de deshecho de residuos. Coca se construyó y se ha desarrollado como un lugar de paso, un lugar en el que imperan los contratos de trabajo que permiten trabajar jornadas eternas de 22 días para poder disfrutar de los 8 días de descanso en la sierra y en la costa, en lugares alejados de un sitio que se consideró “el infierno”. Invertir en estética significa decirle a las personas que una ciudad de más de setenta mil habitantes merece ser considerada y planificada.

En segundo lugar tiene que ver con hacerla para indígenas. Decía en aquel entonces Miguel Ángel Cabodevilla que la casa era un símbolo “por devolverles a los indígenas un espacio que antes fue suyo”. El Coca se construyó en una península de tres ríos que antes había sido lugar de encuentro para indígenas. La región, hasta mediados del siglo XX soportaba una población mayoritariamente indígena. Hoy en día kichwas, waoranis y shuaras (siendo estos últimos además otros recién llegados de regiones del sur) suponen solamente el 20 % de la población. El petróleo hizo crecer las ciudades, carreteras y comunidades en los territorios que antes fueron de estos grupos. Es fácil recordar aquella carta de Mons. Alejandro Labaka que ya indicaba en los años 80 la necesidad de regular la colonización en las regiones con presencia de pueblos indígenas aislados. Mucho nos hubiéramos ahorrado si alguien le hubiera hecho caso. Hoy en día la nueva sociedad es ya incontrolable. El Coca se erige por designios similares a los de nuestra sociedad occidental: comercio, empleo, viviendas, estudios y un sistema administrativo y político ineficaz pero que lo rige todo. La Casa Albergue devuelve a los indígenas el acceso al espacio de desarrollo.

Y en tercer lugar tiene que ver con las posibilidades que nos ha brindado. Desde su apertura en el año 2011 han pasado por la casa más de siete mil personas. La Casa Albergue no es un mero lugar de hospedaje. Es el escenario en el que las organizaciones sociales de Coca trabajan conjuntamente para beneficio de las minorías, es un taller de artesanía para mujeres kichwas, es una escuela de formación de líderes y lideresas waoranis, es el centro social del barrio Unión y Progreso, es iglesia improvisada para las celebraciones de los domingos, es lugar de estudio para becados, es hospital de campaña para enfermos… es a fin de cuentas un lugar de encuentro, un pequeño oasis de selva en medio de la selva.

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