Ser político o apático
Hoja para inquietos
En estos meses electorales es frecuente escuchar: “Todos los políticos son iguales. Ninguno sirve”. O más crudamente: “Son unos corruptos”.
Sin dejar la oportunidad de anotar que muchos no tienen la preparación requerida, y que son unos incoherentes entre lo que dicen y lo que hacen.
Vistas así las cosas podemos concluir que es mejor no tener políticos. Pero ¿esto es posible? ¿Nos podemos imaginar una sociedad donde no se establezcan reglas de convivencia social? ¿Dónde no haya alguien que lidere el grupo y a éste se le reconozca su autoridad? ¿No reinaría la ley del más fuerte? ¿Dónde quedarían los derechos de los demás y el respeto al diferente y a las minorías? Porque está claro que el ser humano por naturaleza es social. No puede vivir de otra manera, y no sabe hacerlo. Es en sociedad donde nacemos, y crecemos, donde nos socializamos. Aquí nos vamos –y nos van– moldeando, según los parámetros sociales y culturales donde vivimos. Aprendemos a respetar la autoridad y también se nos enseña –aunque no todo lo que se debiera– la responsabilidad que todos tenemos de colaborar en la sociedad.
Visto lo visto no podemos prescindir ni de la autoridad, ni de quienes se dedican (aunque sea por un breve tiempo) a normar la vida social.
Es decir, hemos de tener gobernantes y políticos. El ideal de estos señores es que velen por el bien común de los ciudadanos, es decir, por su bienestar social y su desarrollo, tanto en su dimensión material (necesidades básicas…) como espiritual (conocimientos, valores, cultura, religión…). El mejor gobernante es el que mayor felicidad puede aportar a su pueblo, decía un estadista. El Papa Francisco afirma que “la política es vocación de servicio, diaconía laical que promueve la amistad social para la generación del bien común”. Cuando vemos acciones de gobernantes y políticos que desdicen mucho de este perfil, nos lleva a
cuestionar el rol de la autoridad y el papel del político en la sociedad.
A esta altura del partido te pregunto y me pregunto: ¿Qué hacer? Se me ocurren varias cosas. En primer lugar, ser críticos con quienes desempeñan algún cargo público, pues son servidores de la sociedad, y además les pagamos nosotros. No es otra cosa que asumir nuestra condición de “ciudadanos”, es decir, de vigilantes de la civis (ciudad) y del pueblo. En segundo lugar, necesitamos gobernantes y políticos. Al estar en un sistema democrático tenemos el derecho de elegirlos nosotros. Por ello, elijamos de acuerdo a nuestras ideas y criterios, buscando el bien social, antes que el interés personal. Tercera sugerencia: Si encontramos un político o gobernante adecuado, elijámoslo. Y si no, escojamos al que creamos que se acerca más a lo que nosotros queremos. Y última sugerencia: debemos enseñar a nuestros hijos a que sean seres “políticos” (preocupados y responsables de la sociedad en que viven), y seguro estaremos sembrando para que en un futuro surjan jóvenes que asuman la política pública como una verdadera vocación, donde la justicia social y la paz sean pilares fundamentales de nuestra sociedad.
Nunca, nunca, renunciemos a nuestro amor por el lugar donde vivimos, como tampoco a nuestra libertad y derecho a elegir a los representantes sociales, porque en ese momento dejamos de ser “seres políticos” (preocupados por la polis, la ciudad) para pasar a ser “seres apáticos”.
¿No te parece que con frecuencia muchos ciudadanos y cristianos hemos dejado en manos de algunos la marcha de la sociedad, desentendiéndonos olímpicamente, como si no viviéramos aquí? ¿Y cómo nos ha ido?
Jesús de la Torre, Parroquia del Sagrado Corazón (Madrid)