Cuaresma: Dios nos ama...

Domingo Fernández Villa
[Reflexión]
Cuaresma: Dios nos ama...

El Señor nos da un consejo extraño para la cuaresma. Nos dice que cuando ayunemos, cuando hagamos oración y compartamos nuestros bienes no nos pongamos tristes, que no publiquemos nuestros esfuerzos; sino todo lo contrario: que nos perfumemos, que pongamos buena cara, que pongamos en Dios nuestro corazón y nuestro gozo (Mt 6, 1-6; 16-18).

Penitencia, buena nueva.
Para los primeros cristianos la proclamación de la penitencia, de la conversión, era una “buena nueva”. Dios iba a perdonarles sus faltas, Dios iba a venir a ellos “lleno de cariño y de compasión, paciente e infinitamente misericordioso” (Salmo 144).

Dios iba a revelarles su amor.
Para nosotros, los modernos, se trata de una mala noticia. ¿Comienza la cuaresma? Mal asunto. ¿Tratar de reformar nuestros comportamientos? Mal asunto. Si en una reunión de cristianos se habla de conversión, de sacrificios… los rostros se ensombrecen y comenzamos a pensar en lo que nos puede pedir Dios: ser más afables, compartir con los demás, abandonar tal situación…
¿Cuál puede ser la razón de este cambio entre antiguos y modernos cristianos? Quizá en no pensar más que en nosotros mismos, en esas mortificaciones que tanto nos van a costar; y no pensamos en Dios que nos está esperando, que nos llama y que hará que todo se nos convierta en gozo si ponemos en Él nuestro corazón.

Dos maneras de practicar la religión.
Existen dos maneras de practicar la religión: una verdadera y otra falsa. La falsa, la pagana, es la religión de lo que nosotros hacemos por Dios, de esas cosas desagradables y tristes que nos imponemos por Dios. Se trata de una religión pobre, raquítica y antipática; nadie tiene ganas de imponerse más  penitencia, porque nadie quiere dar un  paso más en esa religión. Esa religión termina dándonos frente a Dios una mentalidad de bienhechor rencoroso. Hay algunas personas  que cuando miran a su pasado llegan a pensar: “Cuántas cosas he hecho yo por Dios; cuántas cosas le he sacrificado. Pero Él, ¿qué es los que ha hecho por mí?”.

La otra religión, la verdadera, es caer en la cuenta de todo lo que Dios ha hecho por nosotros; las cosas grandes y maravillosas que Él ha realizado en nuestra pequeñez. En esta religión nunca se siente uno saciado, siempre encuentra maravillas. Es la religión de parte de los salmos; es la religión del Credo que no dice ni una sola palabra de nosotros, pero que canta  todas las iniciativas, las grandes empresas de Dios para testimoniarnos su amor, para persuadirnos que Él nos ama de verdad. De esta manera, la penitencia, la conversión encuentra su auténtico sentido: es volverse  al verdadero Dios, encontrarlo, y pasmarse de su cariño, venir a sus brazos y alegrarse con su perdón.

Ser cristiano es creer que Dios nos ama: El verdadero Dios, nuestro Dios, nos ama a todos. Podemos prescindir de Dios, pero Dios no puede prescindir de nosotros. Un hijo puede olvidar, renegar de su padre y de su madre. Pero un padre, una madre, difícilmente renegarán de su hijo. Más aún; nos dice el profeta Isaías: “Aunque una madre se olvidare de su hijo, Yo jamás me olvidaré de ti” (Is 49, 15).

Este es nuestro Dios. ¿Es esta la idea que tenemos de Él?


Domingo Fernández Villa

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