¿Futuros empresarios?...
Pasadas las vacaciones del verano, una de las redactoras de "El Escolar" pone sobre la mesa una fotografía de vacaciones algo insólita: en un pueblo de la costa, en una mesita de la calle, un par de niños venden a los paseantes las pulseras que ellos mismos han fabricado. Sus precios son muy baratos y su simpatía hace que los viandantes se paren a ver. Algunos compran. Tan pequeños y están ya aprendiendo a ser “empresarios”, negociantes, vendedores que manejan una ganancia.
Posiblemente sus familias les hayan dicho: si queréis tener un dinerillo para vosotros, vended lo que hacéis. Los han lanzado al “mercado” con una sola lección que aprender: la cuestión principal de todo mercado es vender. Más allá no hay ningún otro principio sólido que el puro lucro. Cuanto más ganéis, mejor para vosotros. Empresarios en ciernes.
¿Habría que facilitar a los chicos otros aprendizajes, otros principios, otra manera de valorar la producción y el mercado? Y ahí se abre un debate que recoge aspectos tan valiosos como los que siguen:
• El mayor bien es el bien común. La ganancia personal ha de quedar supeditada el bien del conjunto de las personas. Funcionar económicamente por la única medida del lucro personal es caminar en la dirección de un abismo.
• El bien común ha de ser por ello ante todo social. Ha de mirar al logro de la amistad cívica, la convivencia ciudadana y del disfrute público. Un mercado que olvida estos planteamientos termina por ser una charca de cocodrilos donde el más fuerte devora al más débil.
• Hay que educar más en la generosidad que en la ganancia. Quien aprende a ser generoso entenderá los planteamientos de la espiritualidad del bien común. Al egoísta le sonarán a música celestial.
• Más allá del lucro personal, el dinero tiene una función social. Ha de servir para avanzar en el logro de las conquistas sociales. Un dinero desligado de su base social termina siendo una realidad amenazada de inhumanidad.
• La sociedad ha de velar y legislar para que la pura ganancia no sea recompensada y el esfuerzo por socializar la empresa carezca de valor. Los incentivos sociales no solamente han de mirar a la ganancia sino a las personas. Las políticas sociales de empleo habrían de tener esta perspectiva.
Creen los chicos de "El Escolar" que esto es aguar la fiesta a los niños que venden sus pulseras en la calle. La profesora Antonia les hace ver que el ansia del dinero puede colarse en las rendijas del corazón de un niño. Les dice que Jesús de Nazaret advertía con una fuerza inusitada en Lucas 16,13 : “No se puede servir al amor y al dinero”. Una chica dice: -El Evangelio dice “a Dios”. Es lo mismo, replica Antonia. Antes que a negociar habría que aprender a amar. Por lo tanto, la espiritualidad del Bien Común tiene, en su base, como dinamismo central, el amor. Este se traduce en primacía de la persona, beneficio común, responsabilidad social de los bienes, consideración económica del frágil social.
Los argumentos de la profesora no terminan de convencer a los chicos. Pero alguien suelta sin excesiva convicción: -Ciertamente la cosa es simpática, pero en esa escena de los niños vendiendo pulseras en la calle hay algo que no va.
Fidel Aizpurúa Donazar