Jesús, si me voy llévame contigo. Si me quedo, quédate conmigo el resto de mi vida. Hno. Fernando Matías Arroyo

Jesús, si me voy llévame contigo. Si me quedo, quédate conmigo el resto de mi vida. Hno. Fernando Matías Arroyo


Matías, es hermano menor capuchino de la Provincia del Río de la Plata desde 2019. Nació en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a finales del año 1996, muy cerca de la curia provincial aunque no había sido consciente de ello hasta iniciar su camino vocacional. Cuando tenía tan solo tres años su familia decidió mudarse al interior de Buenos Aires, más específicamente al partido de Merlo.

Matías, cuéntanos algo sobre tu infancia.
Soy el mayor de tres hermanos, mi hermano menor se llama Tiziano, con el cual nos llevamos 16 años y actualmente tiene 10 años y el que le sigue es Gonzalo con el cual nos llevamos 6 años y actualmente tiene 20. Mis padres se llaman Claudia, quien nació en la provincia de Jujuy, al norte argentino, y Marcelo, oriundo de la provincia de Salta.

Podría decir que tuve una infancia feliz, un poco sacudida por la realidad de distintas enfermedades de las cuales la más influyente fue la epilepsia, ya que me hacía pasar mucho tiempo de hospital en hospital con tratamientos y medicación. Gracias a Dios y a la intervención de mis padres pude vivir una infancia normal, más allá de todo lo que significaba esta enfermedad. Pude, asimismo, cursar con normalidad el colegio y la secundaria, ya que, gracias al tratamiento, la enfermedad fue disminuyendo hasta el punto de que a los 13 años ya me encontraba totalmente curado. 

Al siguiente año, en el 2012, cuando tenía 14 años, sufrí una enfermedad repentina llamada peritonitis, esta fue muy grave y me tuvo mucho tiempo en cuidados intensivos, pero por gracia de Dios, pude salir muy bien de ella. Este momento fue un punto de inflexión en mi vida, un momento donde, en gran medida, me decidí por una inquietud que sentía en lo profundo del corazón, el consagrarme por entero a Dios que, si bien no sabía ni cómo ni donde, sabía que estaba siendo llamado a eso.

Más tarde entré en el postulantado en el 2016 en la ciudad de Buenos Aires viviendo allí dos años. Luego, en el 2018, hice el noviciado en la ciudad de Joinville, en el estado de Santa Catarina en Brasil y al hacer mi primera profesión fue destinado a la fraternidad de San Antonio, en la ciudad de Montevideo, Uruguay, allí estudié filosofía y, por otro lado, edición y postproducción audiovisual.

En el año 2022 fui destinado a la fraternidad del Sagrado Corazón de Jesús, en Córdoba, Argentina. Actualmente me encuentro en la escuela superior de estudios franciscanos, en Madrid.

¿Cómo descubres tu vocación?, ¿cómo descubres que quieres ser capuchino?
Bueno, este tema es algo que siempre asombra un poco cuando lo cuento, pero para mí fue bastante normal. Como es tradición en Argentina a la edad de 7 años a los niños se los inscribe en la primera comunión y yo no fui la excepción. De hecho, yo no quería porque las misas me parecían extremadamente aburridas (en mi defensa el sacerdote de ese entonces era un misionero italiano y se le entendía muy poco). Pues bien, mi madre me anotó y obligadamente fui. 

Para mi sorpresa no era lo que yo me esperaba, tuve la gracia de tener una gran catequista que me transmitió la fe desde el amor y de conocer, a quién sería quién me acompañaría durante toda mi adolescencia hasta entrar en la orden, el padre Rubén López, misionero de la Consolata. Hoy por hoy puedo decir que en él encontré una figura paterna, pues en ese momento mis padres se habían separado por unos años. Y así fue que empecé a ser monaguillo, a ir solo a las misas, ya que mi madre no podía acompañarme y empezó a crecer en mí un deseo, algo que por entonces no comprendía bien, pero que poco después iría descubriendo. 

 

 

En esto aprendí mucho, pues fue en gran parte gracias a la apertura de este sacerdote que yo descubrí mi vocación. Hoy por hoy puedo decir que la inquietud vocacional empezó en mí alrededor de los 8 o 9 años, viendo a este sacerdote celebrar misa, nacía en mí el deseo, de niño ciertamente, de querer hacer lo que él estaba haciendo, celebrar la santa misa, y diciéndome en mi interior “yo quiero estar ahí”.

Como les contaba anteriormente a mis 14 años sufrí un ataque de peritonitis, fue todo muy rápido. Por la mañana me retiraron del colegio por unos dolores y por la noche estaba siendo operado de urgencia, sabía que era algo de riesgo, lo veía en la mirada preocupada de mis padres al despedirme cuando entré en el quirófano, verdaderamente tenía miedo. 

Una vez en el quirófano me pusieron en una “mesa fría” desnudo y con dos tablas bajo los brazos en forma de cruz, en ese específico momento mi mente y mi corazón se fueron a Jesús en la cruz y allí tuvo lugar mi primer compromiso, pues recuerdo que en oración le dije al Señor: “Jesús, si me voy, llévame contigo; si me quedo, quédate conmigo por el resto de mi vida” empecé a rezar el Padre Nuestro, pero no lo termine pues la anestesia había hecho efecto. Al final pude superar ese momento y bueno, hoy estoy aquí, tratando cada día más de imitar la vida de Jesús y de anunciar su Amor.

¿En qué consiste tu misión y donde la realizas? Cuéntanos la dimensión de tu parroquia y sus jóvenes.
Actualmente vivo en la fraternidad del Sagrado Corazón Misericordioso de Jesús, en la ciudad de Córdoba, Argentina, allí estoy estudiando teología y preparándome para hacer mis votos perpetuos.

En la fraternidad somos seis hermanos y estamos abocados a acompañar y llevar adelante las actividades del santuario. Este santuario es muy particular ya que ocurre algo que en muy pocos lugares ocurre: la cantidad de jóvenes universitarios comprometidos en los distintos grupos de la parroquia. Actualmente tenemos varios grupos como lo son corazones solidarios, misioneros capuchinos, coro capuchinos, coro miserere, guardianes de la creación, grupo scout capuchinos, teatro san Damián, la previa (escuela catequética diocesana), catequesis de adultos, grupo Emaús (jóvenes adultos), campaña de la lana, misioneros ad gentes (todos los años formamos y enviamos a jóvenes de la comunidad a nuestra misión de Aguarico en Ecuador), entre otros. A la vez, tenemos actividades anuales concretas que son muy concurridas: ingresantes (los fines de semanas de febrero en los cuales los jóvenes nuevos eligen en cual grupo entrar), pascua joven, vigilia de pentecostés, peña franciscana (en torno a la fiesta de san Francisco de Asís) y una feria ecológica.

 

 


Los jóvenes se reúnen todos los martes para compartir y profundizar en sus tres pilares: oración, fraternidad y misión a la vez de que todos los domingos participan de la misa de los jóvenes que la celebramos a las 21.00 hs. Junto con todos los otros grupos de la parroquia. Por otro lado, también acompañó al grupo de Rovers scouts capuchinos que actualmente tendrá unos 40 jóvenes, los cuales, mediante el movimiento scout, dan un servicio a la comunidad y participan de la vida parroquial.

Háblanos de la experiencia de itinerancia.
La itinerancia es un aspecto hermoso de nuestra forma de vida. El mismo Francisco vivió esta experiencia, itinerando con sus hermanos y pidiendo, por amor de Dios, de la mesa del Señor y un lugar para dormir. Este aspecto me animé a vivirlo con el hermano Marcos, pues al principio puede generar un poco de miedo pero, luego de vivirlo, es una experiencia vivencial y espiritual muy fuerte, en el cual uno está abierto a la providencia de Dios. No hay destino, no hay tiempos, no hay apuro. Es estar abierto a la novedad y al diálogo, un momento especial para la evangelización sin la palabra, con el ejemplo.

Nos conocemos en el Pardo… ¿Qué haces aquí? ¿Para qué este curso?
Gracias a Dios mis hermanos de la provincia del Río de la Plata me dieron la oportunidad de poder venir a participar de este curso en la escuela superior de estudios franciscanos. Llegamos en enero y ya nos encontramos transcurriendo el último tramo, en el cual aprendimos y profundizamos mucho más en nuestra espiritualidad franciscana, descubriendo en Francisco a alguien más que el santo tan popular, sino también a una persona profundamente humana, con una profunda búsqueda de la voluntad de Dios en su vida y que vivió conforme a lo que Dios le pedía, aceptando en su caminar a sus hermanos y descubriendo en toda la creación la fraternidad universal.

Especial mención merece la figura de Santa Clara, una mujer con mucha fortaleza humana y espiritual, revolucionaria para su época, que se animó a abrir un nuevo estilo de vida, a vivir lo que sentía, el Señor la llamaba, y luchó por ello hasta el final de su vida. Gracias a su testimonio y fortaleza tenemos a las hermanas Clarisas que tanto bien le hacen a nuestra fraternidad, a la iglesia y al mundo.

De este curso me llevo el gran compromiso de dar a conocer en profundidad la grandeza de nuestro carisma, las figuras y la importancia de Francisco y Clara  y  el desafío de poder compartir con todas las personas de buena voluntad lo más humano de nuestra espiritualidad: paz, justicia, fraternidad universal y cuidado de nuestra casa común.
 

 

Y ahora de vuelta a tu misión, ¿Qué trabajo vas a realizar? ¿Qué objetivos tienes?

Uno de mis principales objetivos al volver a Argentina es culminar los estudios teológicos y prepararme para mis votos perpetuos, me faltan aún dos años para terminar la teología. En cuanto a la pastoral, como compartí anteriormente, encuentro en los jóvenes de nuestra comunidad un deseo profundo de poder adentrarse cada vez más en nuestra espiritualidad, es por eso que este curso me da las herramientas necesarias para poder acompañar esta realidad y compartir con ellos nuestro tesoro, la espiritualidad franciscana. Es más, en vez de compartir diría descubrir, pues ellos, en su día a día, en todas las misiones que realizan, viven esta gran espiritualidad.

El último, pero no menos importante, de mis objetivos es el poder ser más hermano, que este curso sea algo más que una mera formación académica, sino que sea algo que cale en lo profundo de mi corazón, para poder vivirlo y compartirlo con los hermanos que me toque caminar.

¿Qué te gustaría decir a quien lea esta entrevista?

Pese a mi corta experiencia como hermano menor capuchino, puedo decir que soy testigo de las grandezas que obra el Señor en todo momento. He vivido realidades bastantes difíciles como la pandemia, que ciertamente a todos nos ha tocado de alguna u otra forma pero, yo en particular, la viví en Uruguay, sirviendo en nuestro comedor “fray Marcelino” en el cual llegamos a compartir el almuerzo con 150 hermanos en situación de vulnerabilidad. hemos escuchado realidades muy duras y, por el covid, hemos vivido la pérdida de hermanos que compartían con nosotros en el comedor. 

A pesar de todo esto nunca perdimos la esperanza y siempre Dios se hacía presente en pequeños gestos, pues alguna vez que parecía no íbamos a llegar a hacer la comida por falta de alimentos, siempre aparecía alguien o alguna institución que nos ayudaba a poder seguir compartiendo un plato de comida. Nunca cerramos y, a pesar de la aglomeración de personas dentro de nuestro comedor, nunca tuvimos noticias de algún contagio dentro del lugar, aun así, siempre tomamos las medidas que estaban a nuestro alcance.
 
En fin, la experiencia de compartir las alegrías, las tristezas y el pan con los hermanos que no lo tienen; el compartir, en la itinerancia, la vida con personas que quizás nunca se nos hubiera acercado en otro contexto; la dependencia de la providencia y de la caridad de las personas al buscar un lugar para dormir y ver a los jóvenes, en nuestra comunidad, cada vez más deseosos de Dios me dan esperanza y me confirman cada día más en la correspondencia de ese gran Amor que el Señor tiene en particular por mi, y que tiene, obviamente, en particular por cada uno de nosotros.
 
No debemos de caer en la desesperanza al ver tanta injusticia, tanta guerra y tanto mal, pues nos dice Jesús: “en el mundo encontrarán dificultades y tendrán que sufrir, pero tengan ánimo, yo he vencido al mundo” Jn. 16, 33. Tenemos que ser testigos del amor del Padre siendo profetas de la esperanza en un mundo cada vez más deshumanizado, ofreciendo a todos los hombres la semilla de la esperanza: el Evangelio.
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